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Cuando Jose Antonio Urrutikoetxea Bengoechea llegó a Madrid 2, procedente de cárceles francesas, no levantaba la vista del suelo y respondía con monosílabos.
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Paseaba por el patio del Módulo 5 de Cumplimiento con la cabeza baja.
Un funcionario le dijo nada más llegar al Módulo:
– Cuando le hable míreme.
– En Francia no se puede mirar a la cara a los guardias.
– Aquí sí. Y cuando camine puede mirar al cielo o donde quiera, sin problema.
– Muchas gracias.
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En pocos días pasó al Módulo 4 y lo tuve muchos meses de paciente.
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Acudía muy ocasionalmente a consulta. Siempre muy serio y ligeramente altanero.
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Corría todas las mañanas por el patio durante al menos una hora.
El patio del Módulo 4 de Cumplimiento era, y es, muy amplio. Además el resto de los internos sabían que era un dirigente de ETA y le tenían respeto. Nadie se metía con él.
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Un día me vino a consultar sobre su actividad física. Me explicó que desgastaba una parte de sus zapatillas de deporte. Le preocupaba que pudieran aparecer lesiones en sus articulaciones.
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Encontré rápidamente la solución. Era fácil. Debía de correr la mitad del tiempo en un sentido y la otra en el contrario. De esa manera equilibraría el desgaste de sus articulaciones de miembros inferiores y de sus zapatillas.
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– ¿Así de sencillo?
– Así
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Unos días después vino a decirme que funcionaba, como no podía ser de otra manera.
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Un fin de semana comenzó con un dolor intenso en el hombro derecho. Fue valorado de urgencia por el Doctor Ignacio, un magnífico profesional, con un ojo clínico muy certero.
Le pareció que podía ser una artritis séptica, por lo que debía de ser trasladado al Hospital Príncipe de Asturias.
Eso era liar una muy gorda.
Ese traslado de tan solo un par de kilómetros significaba movilizar muchos miembros de la seguridad del Estado.
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Después de una semana de ingreso se le dio el alta, pero debía de continuar en tratamiento antibiótico intravenoso durante unos cuantos días más, por que se le ingresó en la Enfermería.
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Resaltar que hubo muy buena colaboración con el Servicio de Medicina Interna y una magnífica gestión de la Subdirectora Médica, la Doctora Remedios, con la que me sigue uniendo una gran amistad.
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Josu se restableció bien y ya pasó al módulo para hacer “vida normal“.
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Un día vino a la consulta para agradecer la asistencia recibida. Desde entonces se mostró ligeramente más cordial.
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Nunca lo reconocería públicamente, porque para ETA y su entorno las cárceles españolas eran campos de exterminio.
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José María Aranzamendi, alias Katxo, era un etarra desconocido. No tenía ni idea que delitos había cometido. Después supe que pertenecía a la infraestructura del Comando Vizcaya.
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Jose Mari era asiduo de la consulta. Desde su ingreso estaba triste y depresivo, por lo que le puso tratamiento antidepresivo.
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Estaba en la celda contigua a la de Josu, que le despreciaba, incluso me comentó que era un poco tonto.
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Bromeaba con Jose Mari con lo bien relacionado que estaba. Él me decía con humor.
– Nunca imaginé que estaría tan cerca de la cúpula.
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El 8 de Febrero de 1997 le vi en consulta. Estaba más contento que otras veces. Incluso optimista.
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Un rato más tarde le llamó a revisión el Psiquiatra Miguel Ángel, siempre de buen humor, contando chistes, y derrochando paciencia con los pacientes.
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En Aranzamendi no percibió nada especial.
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Ese viernes por la tarde nos fuimos a Zaragoza, a pasar el fin de semana con la familia.
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En el viaje salta la noticia en la radio.
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José María Aranzamendi había aparecido muerto en su celda.
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Después supe que se había ahorcado con su bufanda.
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Urrutikoetxea que estaba en la celda contigua no percibió nada extraño.
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José Mari había dejado una nota dejando sus pertenencias a su compañero.
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Lógicamente se realizó una autopsia con tres forenses y se investigó en profundidad su celda.
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La conclusión fue suicidio por asfixia mecánica.
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Un suceso así en esos años, que aún eran muy duros por el terrorismo, hubiera supuesto manifestaciones y altercados (kale borroka) en el País Vasco, pero no fue así.
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Estoy convencido que Josu los paró, alegando que había recibido buena asistencia médica.
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Después del luctuoso suceso comprendí la actitud de Jose Mari.
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Cuando un depresivo toma la decisión, con el cómo, y, sobre todo, el cuándo, del suicidio, siente una cierta tranquilidad. Lo ha decidido y tiene claro que lo va hacer.
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Muchos besos y muchas gracias.
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Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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