Ya llevamos tres años que hacemos vacaciones de río y de mar.
Este año estuvimos primero en el Alto Tajo.
Localidades como Orihuela del Tremedal, Alustante, Checa, Orea o Chequilla, que volvimos a visitar, son de sobras conocidas por nosotros.
Siempre nos traen estupendos recuerdos.
En cambio Peralejos de las Truchas o Poveda de la Sierra no las conocíamos.
Además de Luca, Leo, Andrea, Marta, Rubén, Elena y un servidor, acudieron mi hermana Pili, Borja y Josito.
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Nos bañamos en el Tajo.
A unos dos kilómetros de Peralejos de las Truchas, junto al camping hay una zona de baño excelente.
Por supuesto la Laguna de Taravilla y junto a ella una zona de paseo con el Salto de Poveda, una presa que nunca se terminó, pero que ha conformado un paisaje extraordinario.
Aguas frías para los flojos, para mí suaves y ligeras.
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Comimos especialmente bien en El Nuevo Reciklao, un restaurante en Peralejos regentado por dos hermanos que han huido del bullicio madrileño. A Pili le pareció caro.
Elena se especializó en la ingesta de cachopo asturiano, que iba aumentando en tamaño día tras día.
Después en Peñíscola disfrutamos de las templadas aguas del Mare Nostrum y además pudimos saludar a unos cuantos amigos.
Saludamos a Montse, Ferran y Chano.
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Entrevistamos a Manoli y Vicent.
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Sin olvidar la entrevista a la gran tronóloga Andrea Rebollo.
Llegamos nerviosos a Orihuela del Tremedal. El reencuentro con los amigos siempre es emotivo.
La primera cita culinaria fue en el Santa Lucía, un restaurante donde la comida es exquisita y contundente, pidas lo que pidas aciertas, y nunca te quedas con hambre.
En casa de Pilar y Agustín vimos un cutre-vídeo de fotos que yo había preparado. Todos lo soportaron con resignación y con alguna risa. Alterné fotos del año anterior con otras tomadas hace más de 25 años. Es curioso ver como las chicas están estupendas y los chicos en un deterioro progresivo.
Agustín y Pilar nos volvieron a acoger en su casa. Los conocí hace 30 años. Siempre he aprendido mucho de Agustín, un médico excepcional, un gran deportista y para mí un ejemplo en todos los aspectos.
Pilar delicada, bondadosa y amable hace una empanada y un bizcocho que ganarían cualquier concurso de cocina.
Comimos en el Hotel Suiza de Bronchales. Yo me deleité con una migas con huevo frito y uvas y un rabo de toro.
Eran ya las cinco de la tarde cuando fuimos a descansar a casa de Teo y Mercedes. Ponían en la tele Los Diez Mandamientos y con el volumen al mínimo, algunos la veíamos y otros dormitaban en el sofá.
Esta peli hay que verla como una mezcla de comedia y ciencia ficción y así resulta más divertida. A mí me apasiona. ¡Esos colorines! ¡Ese Ramsés vistiendo más femenino que Nefertari! No me acordaba del nombre de la actriz que interpretaba a esa mala-malísima esposa del faraón que estaba loquita por el soso (pero macizorro) Moisés y es la gran Anne Baxter la de Eva al desnudo. Cuando mis amigos se fueron despertando no pude resistirme a comentar los planos, las actuaciones, el vestuario, los escenarios… Es todo tan kitsch.
Teo es un periodista de éxito, gran orador, de pluma fácil, una fuente inagotable de información. Recuerdo sus maravillosos artículos en el Diario de Teruel hace 25 años.
Mercedes todo dulzura y bondad, junto a ella se respira sosiego y tranquilidad.
Esa tarde hicimos una visita a Albarracín. Estaba en fiestas. Recorrimos las calles del encierro. La plaza de Ayuntamiento estaba recubierta de arena con un graderío hecho de troncos, repleta de lugareños que bailaban pasodobles o La Barbacoa del inefable Georgie Dann.
Pedimos a Vicente y Manoli que bailaran pero alegaron que solo lo hacen con una copa de más. Vicente es socarrón e irónico, siempre de buen humor. Manoli es alegre y relata con una gracia especial el aspecto heavy metal de la novia de su hijo.
Pasear por Albarracín me produjo una especial satisfacción. El tiempo era perfecto.
No podíamos faltar a nuestra cita con la berrea. La noche era negra, el cielo brillante de estrellas, la berrea daba miedo. Nuestras risas y comentarios espantaron pronto a los ciervos.
La cena fue opulenta, preparada por Mercedes. Tortilla de patata, berenjenas, croquetas de bacalao, empanada de atún, jamón… Todo estupendo. Comí todo lo que me entró y lamenté no tener más capacidad gástrica. Charlamos, discutimos, reímos… Nos lo pasamos bien.
A la mañana siguiente Pilar me obsequió con un desayuno para deportistas de alto rendimiento. Perdí la cuenta en el quinto de los tazones de leche con Cola-Cao con bizcocho remojado.
Xano y Montse fueron hospedados también por Pilar y Agustín. Con Xano viví los primeros años del ejercicio de la medicina y nos hicimos amigos para siempre. Compartimos pensamiento político y sentido del humor.
Montse es serena, nunca la he visto levantar la voz ni alterarse, junto a ella uno se siente tranquilo.
Comenzamos la marcha con decisión pero con temor al fracaso. Ante nosotros estaba majestuoso el Caimodorro.
No sé si fue el aire excesivamente puro, o la altura en la que desciende la presión parcial de oxígeno o que no dejaba de hablar pero comencé a sentir disnea y dolor torácico pero paramos un momento para esperar a los rezagados y eso me permitió recuperarme.
Un pequeño grupo, exhaustos por el esfuerzo y desconocedores que estaban a escasos 500 metros de la cumbre decidieron no proseguir y esperar tranquilamente el regreso del resto del grupo, entre ellos estaba la Dra. Pilar a la que conocí también hace 30 años. Ella, Agustín y yo nos turnábamos haciendo guardias, aunque sus pueblos pertenecían a Aragón y los míos a Castilla La Mancha, cuestión ahora imposible.
Pilar es una persona decidida con gran personalidad, una gran profesional, con una entrega absoluta a sus pacientes.
Después de un titánico esfuerzo conseguimos llegar a la cumbre del Caimodorro. Hicimos unas fotos estupendas. Teo escribió en el libro una emotiva reseña que luego leyó y grabé con el móvil (se puede ver abajo del todo).
Me parecía imposible que después del increíble desayuno volviera a tener hambre.
Volvimos a reunirnos en torno a una mesa de piedra en la Fuente de Jícara, más arriba del Camping de Orea. La tranquilidad era absoluta, el paraje de una belleza increíble, la comida impresionante y la compañía inmejorable. Todo perfecto.
La despedida fue emotiva. Había proyectos para el año próximo. Visitar el nacimiento del Río Cuervo. Montar la torreta metálica del Caimodorro. Disfrutar del spa de Orea… Pero lo importante es volver a compartir nuestra amistad.
La vuelta se hizo corta. Disfrutar de la compañía de mi maravillosa Elena siempre es estupendo. Elena es la mejor persona del mundo, después de más de 30 años se sigue riendo de mis chistes, que por cierto siempre son los mismos porque no consigo memorizar nuevos.
Gracias a todos que sabéis tratarme como si fuera una persona. Sois la caña.
Hace muchos años, cuando era joven e inexperto, estuve viviendo en Alustante y unos pocos años después en Orihuela del Tremedal de estos lugares guardo un gratísimo recuerdo y unos magníficos amigos. Por cierto, ahora ya no soy joven pero sigo siendo muy inexperto y un poco gilipollas.
Este fin de semana pasada nos hemos reunido. ¡Qué experiencia tan magnífica!
La mezcla de amistad, naturaleza, risas, gastronomía de alto nivel y hazañas deportivas épicas ha sido insuperable.
Y cuando hablo de hazañas deportivas me refiero a la ascensión al Caimodorro la cumbre más elevada de los Montes Universales. Tras una preparación física intensa y un desayuno potente, por lo menos en mi caso, iniciamos la ascensión y a pesar de las inclemencias climáticas, de lo abrupto del terreno y de nuestras limitaciones físicas llegamos a la cumbre. Hay una pequeña garita donde se guarda un libro de firmas, ahí los escaladores hacen sus comentarios algunos muy graciosos. Os pongo un ejemplo que transcribo textualmente:
“Hemos llegado a este punto exhaustos y sin alimento. Mi compañero con hipoxia. No sé si llegaremos a la civilización. Si no llegamos dile a mi mujer que estamos aquí, que no nos hemos ido al bar. Un saludo.”
No puedo olvidar recomendaros algunos sitios donde se come fenomenal y a precios muy asequibles. El Santa Lucía en Orihuela del Tremedal con platos suculentos y abundantes. El Hotel Suiza en Bronchales. Y la barbacoa de Agustín, lo más rico y lo más barato.
El viaje de vuelta muy entretenido con muchos moteros que volvían de Alcañiz.
Siempre he pensado que no me merezco la mujer y los hijos que tengo pero además estoy convencido que no me merezco a muchos de mis amigos.
Hemos estado una semanita en Praga y lo hemos pasado fenomenal.
Praga es una ciudad estupenda con muchas cosas que ver que está llenita de turistas. No te haces bien idea de como son los praguenses porque casi solo se ven turistas.
Tiene una red de tranvías estupenda que te llevan a cualquier sitio, hay tranvías circulando con más de cien años y otros supermodernos. E
l tranvía es un medio de transporte que me recuerda mi infancia en Zaragoza (la mejor ciudad del mundo) y por eso viajar en tranvía tiene un punto de nostalgia.
Por cierto los billetes de tranvía, que también sirven para el metro y el autobús, se pueden comprar en la recepción del hotel.
Hay unas visitas guiadas gratuitas en castellano que se colocan cerca del Reloj Astronómico y que salen a las once para ver el centro de Praga y a las dos de la tarde para visitar El Castillo. Nosotros hicimos la visita de las once con una guía mejicana que se llama Sony.
Ya habíamos visto bastantes cosas por nuestra cuenta. Las dos horas de tour fueron estupendas. La energía, la emoción y las ganas que trasmitía Sony eran extraordinarias. Una visita imprescindible.
Sony nos recomendó un mercadillo para comprar souvenirs que resultó estupendo en Havelska, con puestos de fruta y de recuerdos mezclados. Allí me compré un gorrito de piel estilo soviético que ya os enseñaré.
La comida es más barata que en España. Hemos cenado varias noches por 4 ó 5 euros por persona.
Un día comimos en la cervecería U Flekú donde van repartiendo unas jarras impresionantes de cerveza negra y comí un gulás que me emocionó. Un local muy típico, tal vez demasiado turístico, donde un par de músicos tocaban el acordeón y el saxofón.
Nos preguntaron de dónde éramos y nos tocaron Que viva España y Clavelitos. La verdad es que no llegué a conmoverme.
Una noche cenamos en Certovca un restaurante a la orilla del Moldava a la entrada de la isla de Kampa. Al restaurante se accede por la calle más estrecha del mundo, solo cabe una persona y hay un semáforo que regula el paso. Es un sitio caro, nos costó 1.700 coronas checas para los tres pero el codillo es extraordinario.
En el cambio de euros a coronas te suelen timar descaradamente. Te ponen 24 coronas un euro en los carteles y solo te dan poco más de 20. El sitio que mejor cambiamos fue en el hotel.
Hay algún praguense simpático pero en general son bastante bordes. El premio a la bordería se lo doy a una señorita en una oficina de change en la Plaza de la Ciudad Vieja y a otra joven en el aeropuerto que ayuda a los viajeros a hacer el check-in.
Esperaba encontrar puestos de salchichas por todas partes como en Berlín y no es así, solo en la Plaza de Wenceslao, aún así procuré tomar salchichas todos los días.
Los taxistas de Praga no son de mucha confianza. Es conveniente negociar el precio de la carrera antes de nada, sino ponen el taxímetro en marcha y te dan el paseo del siglo. Con los que traté no eran muy simpáticos.
El checo es un idioma imposible, hay palabras que llevan cuatro acentos y las consonantes también se acentúan.
Pero a los pocos días ya me defendía y terminé hablando con cierta soltura.
El inglés lo habla todo el mundo y Elena y Mar son prácticamente bilingües por lo que no ha habido ningún problema.
Pero el idioma que más se oía era el castellano, por dos razones. Porque había españoles por todas partes y porque somos los que más chillamos (junto con los italianos).
En general la impresión sobre Praga es muy buena, es un sitio que merece visitar sin prisas.