Su director lo dedica “a todos los figurantes del mundo”, que cuentan una historia que sirve de fondo, de decorado a la historia principal.
Pero lo hace componiendo buen cine.
Usa los recursos necesarios, pero sin diálogos.
Hay maestría y profesionalidad en los efectos de sonido (sonido Foley), en el empleo de la fotografía, con ese cambio maravilloso del blanco y negro al color.
Los dos protagonistas están exquisitos en esa historia de amor que pudo ser y no será.
Una mañana de Septiembre en un encierro de campo en Chiloeches se nos ocurrió hacer un vídeo de entrevistas y paisajes de festejos taurinos.
Durante ese mes fui grabando con mi móvil.
Luego lo monté con un programa casero.
El resultado era penoso técnicamente, especialmente el sonido.
Recurrí a mi colaborador habitual, Diego Gismero, para que me lo arreglara. Hizo lo que pudo, que fue bastante.
La idea era que lo vieran los protagonistas y algún amigo.
En YouTube tiene poco más de 300 visualizaciones.
Perdí muy poco tiempo en montarlo y en realizar los créditos. No era un trabajo fino.
No sé quien fue, pero algún amigo me sugirió que lo presentara a la Muestra Alcarreña de Cortometrajes.
El último día lo envié, sin esperanza que lo eligieran.
Pero me lo seleccionaron.
No lo había vuelto a ver desde su edición.
Me sentí orgulloso, pero algo temeroso.
Lo comenté con Alberto Sanz, presidente del Cine Club Alcarreño, me dijo que había sido una decisión difícil.
El corto no es una apología de la tauromaquia, pero sí reúne a aficionados al mundo de los toros.
Cuando salimos de casa Elena y yo para ir al Teatro Moderno le dije que íbamos a territorio hostil, con mayoría de antitaurinos.
Nos acompañan protagonistas del vídeo, nuestros amigos Lourdes, Sonia, Azucena, Willy y Rodrigo, todo un honor y una responsabilidad.
Mi amigo Daniel también me apoya sentándose a mi lado.
Salgo a presentarlo y no lo hago mal, al menos soy breve.
Cuando lo veo en pantalla grande me sorprende la buena calidad de la imagen y la mala del sonido, pero casi todas las entrevistas se entienden, que ya es mucho.
Se oyen gritos en contra y silbidos.
Elena alza la voz pidiendo respeto a la tolerancia.
Los descontentos no encuentran un apoyo mayoritario, algún tibio aplauso los acalla. Supongo que terminan saliendo de la sala.
Esperaba algo así y no me molesta. La polémica es buena y el derecho al pataleo legítimo.
Pero me siento abochornado al ver mi corto.
Resulta un coñazo. Demasiado largo, excesivamente reiterativo.
Alguien grita: ¿esto cuando termina?
Yo también deseo que acabe.
Menos mal que quedaba poco.
Al verlo en pantalla grande me he convencido que es una mierda. Un producto infumable que solo puede gustar a los protagonistas y los amigos incondicionales.
No es digno de ser visto en un cine.
Como vídeo casero pase, pero como elemento cinematográfico en absoluto.
Fue un error enviarlo a la MAC.
Tal vez se vieron obligados a programarlo, sabiendo que crearía polémica entre los antitaurinos y que carecía de valor fílmico.
De todo esto he aprendido que para exhibir un corto hay que currárselo más, cuidar más la edición y los detalles.
En YouTube puede valer todo, pero en la gran pantalla hay que aportar unos mínimos que mi engendro no tenía.
Pido perdón a los amigos que compartieron esa proyección, a los miembros de la MAC por haberlo presentado y sobre todo al público que tuvo que aguantar 17 minutos de tortura insoportable.
Agradezco infinitamente a los que terminada la proyección aplaudieron, supongo que por costumbre y por compromiso.
La intención era hacer un homenaje a los amigos con los que comparto el verano prestando asistencia sanitaria en festejos taurinos. No se merecían una obra cinematográfica de tan baja estopa. Son magníficos y tienen derecho a algo mejor.