Esta segunda entrega de True Detective ha cosechado malas críticas.
Le pregunté a mi sobrijo Adrián. Me dijo que le había gustado.
Solemos discrepar.
Nada apuntaba hacia el éxito de la futura relación serie-espectador.
El asesinato de un personaje de una ciudad de segunda del estado de California es encargado a tres policías.
Está claro que la designación está pensada para el crimen no se resuelva.
La Detective Ani Bezzerides (Rachel McAdams) marcada por el abandono de su madre, su hermana artesana y actriz porno, su padre gurú de una secta.
Sus relaciones sentimentales (sexuales) no perduran y como venganza su “exnovio” la denuncia por acoso.
Rachel McAdams es una actriz bellísima que yo idolatro. Aquí sale mal aliñada, con su pelo despeinado y sus mechas californianas desteñidas. Aún así me parece super atractiva.
El Detective Ray Velcoro trabaja de extranjis para un mafioso venido a menos. Su relación con su hijo es difícil y con su ex imposible.
Su mujer fue violada y se mantiene la duda sobre la paternidad biológica de su hijo.
Es interpretado por un Colin Farrell en estado de gracia, alcohólico y toxicómano.
El tercero en discordia es Paul Woodrugh, un poli de carretera que oculta sus relaciones homosexuales. Interpretado por Taylor Kitsch.
En contra de lo que sus superiores podían suponer se empeñan en resolver el caso que les lleva por senderos tenebrosos de vanganzas y especulación inmobiliaria. ¡El ladrillo, cuántos disgustos ha dado!
La primera temporada era más tétrica, más tenebrosa, con un aire existencialista filosófico.
Aunque esta segunda no tiene ese carácter poético, está construida en unos personajes rotos por la vida que tienen su propia moral que respetan y cumplen.
Son personajes de cine negro, con esa ambigüedad moral tan inquietante y atractiva.
La trama de la peli está bien urdida.
Hay muy buenos momentos de acción, con orgías de tiros incluidas.
No consigo encontrar el motivo porqué hacer otro remake.
La falta de imaginación en el cine norteamericano es preocupante.
La cartelera está llena de remakes, refritos, versiones, spin offs, secuelas, precuelas y enfretamientos de superhéroes.
Pero esta Victor Frankenstein supera todos los despropósitos imaginables.
Daniel Radcliffe interpreta a Igor. Hay actores que son fagocitados por un personaje y llevan el sello grabado a fuego para el resto de sus días.
Ver a Radcliffe es como contemplar una especie de muerto viviente, fallecido cuando terminó la saga de Harry Potter.
Además su Igor es indefendible.
Por otro lado James McAvoy ejecuta a un joven Frankenstein, una especie de loco que da vida a un engendro compuesto con restos de animales en una escena de las más desagradables de la historia del cine.
El director Paul McGuigan intenta imitar el ambiente y el estilo visual de Guy Ritchie en Sherlock Holmes (2009), con un resultado muy deficitario.
El guión de la peli es un sin sentido, una sucesión de despropósitos sin límite. Como diría José Sazatornil: “yo no aguanto este sin dios”.
Al final consiguen dar vida al nuevo Prometeo que se parece más Terminator que a Boris Karloff.
Si Mary Shelley levantara la cabeza se retorcería de dolor y sufrimiento.
Paul McGuigan ha creado una peli monstruosa (en el peor sentido).
Cuando terminó la peli me sentí bien. Había acabado este calvario y aguantado hasta el final heroicamente.
Aunque el tratamiento no es dramático, el tema sí lo es.
Durante el metraje vamos descubriendo la azarosa vida de la señorita Shepherd.
Maggie Smith compone un personaje que se hace atractivo por lo contradictorio y por su magnífica interpretación.
Esta veterana consigue llenar de matices a su protagonista y hacerlo real, tangible.
La descripción por parte del escritor Alan Bennett del olor que desprende la señorita Shepherd es muy aclarativo, unido a sus sucias ropas, me dio bastante asquete.
La peli no me gustó. No me hizo gracia.
La trivialización del drama de esta enferma me molestó.