Un corto realmente impactante que nos habla del machismo entre los jóvenes, la presión de grupo y el abuso.
Realiza un buen retrato de Coke, al que da vida Christian Checa, nuestro protagonista, incómodo con la actitud de sus colegas, pero que no puede impedir sentirse unido a ellos.
Perdición es una de la películas que más fascinación me han causado en mi vida.
Es puro cine negro. Con personajes ambiguos que generan en el espectador sentimientos contradictorios y estimulantes a la vez.
Por un lado deseas que la trama urdida por la pareja de asesinos salga bien, pero por otro tienes ganas que Edward G. Robinson termine de descubrir el pastel.
Es una historia que está cantado que acabará mal porque estos amores arrebatadores producidos por una mujer fatal (una auténtica harpía) no pueden terminar bien.
Wilder sigue el manual de procedimiento del cine negro con un narrador protagonista con un uso dosificado de la voz en off, que en absoluto molesta.
Cuando ves por primera vez a Barbara Stanwyck embutida “castamente” en una toalla que es del tamaño de Asia Central porque le cubre por encima del pecho hasta debajo de las rodillas y después la ves bajar esas escaleras con una pulsera-tobillera comprendes que el vividor Fred MacMurray se vuelva loco de pasión. Yo cuando la vi por primera vez en la tele con catorce o quince años también me volví loco y no paré hasta averiguar cómo se llamaba esa actriz, en aquellos tiempos no había ordenadores y mucho menos internet y conseguir un dato así era muy complicado.
El concepto de mujer fatal me vino más tarde pero cuando lo conocí enseguida pensé en Barbara Stanwyck y para mí el guión resulta perfectamente coherente porque una mujer así puede conseguir cualquier cosa de un hombre por muy curtido que sea. Pero hay que tener claro que eso no le va a dar la felicidad sino que le llevará irremediablemente a la destrucción.
Decir que Perdición es para mí una obra maestra resulta una obviedad. Está llena de momentos inconmensurables porque los personajes tienen tanta fuerza y están tan bien interpretados que resulta todo perfecto.
Edward G. Robinson que tantas veces interpretó personajes de gánster aquí es un evaluador de seguros que tiene un enanito metido en el abdomen que le dice si ha habido fraude o no.
Robinson es un vendaval interpretativo, un torrente que llena la pantalla de energía que vomita las frases con ingenio e ironía. Porque otro de los elementos potentes de esta peli son los diálogos dignos de una tesis doctoral.
Billy Wilder escribe el guión basándose en la novela de Raymond Chandler con un resultado milagroso (¡cómo no podía ser de otra manera!). Los dos colaboraron pero se detestaban mutuamente. Chandler presentó una larga lista de quejas. Una de ellas se referiría a que Wilder recibía llamadas de mujeres constantemente que interrumpían el trabajo.
En 1981 Lawrence Kasdan realizó un remake no confeso (Fuego en el cuerpo) que actualizaba la historia a la década de los 80 y que no estaba nada mal.
Barbara Stanwyck fue la primera opción para interpretar a Phyllis Dietrichson, pero estaba muy inquieta al ver que su papel era una asesina despiadada y manipuladora. Cuando expresó su preocupación a Billy Wilder, le espetó:
“¿Es usted un ratón o una actriz?”
Miklós Rózsa (Budapest, 18 de abril de 1907 – Los Ángeles, 27 de julio de 1995) fue un compositor de música sinfónica y cinematográfica, especializado en películas de corte histórico.
Nacido en Hungría, consiguió la ciudadanía estadounidense. Se formó musicalmente en Alemania (1925–1931) y desarrolló su vida profesional en Francia (1931–1935), el Reino Unido (1935–1940) y los Estados Unidos (1940–1995), con extensas estancias en Italia de 1953 en adelante.
Es sobre todo conocido por sus casi cien bandas sonoras para películas. Sin embargo, mantuvo una firme lealtad a los conciertos de música clásica, a través de lo que llamaba su «doble vida.»
Rózsa destacó pronto en la industria cinematográfica con música para películas como Las cuatro plumas (The Four Feathers, 1939)y El ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, 1940). Este último proyecto le llevó a Hollywood cuando la producción se trasladó allí desde una Gran Bretaña en guerra; Rózsa permaneció en los Estados Unidos y consiguió la ciudadanía en 1946.
Recuerdo haber visto este film de niño. La parte musical la recordaba estupenda, pero en su momento se me hizo larga.
Este visionado supone para mí un gran redescubrimiento.
La peli se puede dividir en dos partes.
En la primera tiene el esquema argumental clásico de una función que se saca adelante gracias al empeño del empresario teatral Boris Lermontov, al que da vida Anton Walbrook.
Se presenta al compositor principiante (Marius Goring como Julian Craster) y a la bailarina protagonista (Moira Shearer como Victoria Page). Este primer acto termina con un número musical deslumbrante, posiblemente uno de los mejores de la historia del cine y de la danza.
La modernidad de lo que se nos ofrece es tremenda. Con una coreografía clásica se construye a través del montaje, de la ambientación, las luces y el maquillaje una obra maestra, de una fuerza expresiva incontestable, con una intensidad dramática arrolladora. Uno de los grandes momentos del musical y del cine en general.
En la segunda mitad los celos del empresario determinan un final muy doloroso y trágico.
A la joven bailarina Victoria se le da a elegir entre la vida y el baile.
Se le plantea la imposibilidad de, lo que ahora llamamos, la conciliación, un concepto que en la época no se planteaba, por una concepción patriarcal de la sociedad.
Tiene que elegir entre la vida sentimental y amorosa y a la postre familiar, contra llegar a ser una gran bailarina, que debe consagrar su vida por entero a la danza.
Ninguno de los dos personajes masculinos comprenden a Victoria y ninguno le plantea una tercera vía ante esa dicotomía falsa y traicionera.
Esta segunda mitad no tiene prácticamente un componente musical sino este planteamiento dramático.
Interesante de principio a fin, pero con ese número musical que está en el olimpo de las grandes producciones de la historia, con esa bailarina condenada a la muerte por la maldición de una zapatillas que nunca la harán parar de bailar. Cruel destino marcado por la maldición del éxito.