Producción alemana que llega con cuatro años de retraso a nuestras pantallas. Si hubiera tardado un siglo, tampoco me hubiera importado.
La película sigue a los brillantes y excéntricos científicos Alexander von Humboldt (Albrecht Schuch) y Carl Friedrich Gauss (Florian David Fitz) a lo largo de su periplo vital.
Dos maneras diferentes de concebir la ciencia.
Un matemático encerrado en su estudio y un geográfo empeñado en recorrer el mundo.
La narración es chapucera y tambaleante, sin que haya un línea argumental coherente.
Salpicada de elementos de humor, supongo que involuntarios, que la convierten en penosamente ridícula.
Termina siendo una parodia esperpéntica y molesta.
Con una fotografía chillona y una dirección sin firmeza.
Pero lo que más llama la atención es el espeso maquillaje para transformarlos en ancianos.
A diferencia de la serie madre que se desarrollaba en Atlanta, ésta que nos ocupa se plantea en Los Ángeles.
La protagoniza una familia puzzle.
Ya sabéis: padre casado por segunda vez con un hijo de la primera esposa y padrastro de adolescentes uno de ellos toxicómano perdido.
La historia se inicia con los primeros infectados.
Se centra en lo que sucede en los primeros días del Apocalipsis Zombi.
Dos graves problemas que impiden que me guste.
No hay nadie en esa familia que me caiga bien, todos me parecen tontosdelculo.
Echo mucho en falta información más global.
Solo vemos la visión parcial de esta familia sin que ellos recurran a obtener más noticias por la radio o la tele.
En una noche de espera, con un lío que no veas en el mundo entero, se ponen a jugar al Monopoly en lugar de ver la tele y estar al tanto de lo que va ocurriendo.
Mi consejo a los guionistas y productores es que cambien de personajes en la segunda temporada.
Que esta familia se infecte y den paso a otros.
No le llega ni a la suela de los zapatos a la magistral The Walking Dead.
La vi cuando se estrenó y recuerdo que me dejó mal cuerpo. Repetí hace como quince años y me cayó mejor.
Scorsese no es de mis directores favoritos.
Pero ahora me ha gustado más. Me habré vuelto más tolerante.
Magnífico el retrato de ese Nueva York nocturno iluminado con las luces de neón, con esos garitos infectos y un paisanaje de cuidado.
Nunca llevaría a un ligue a ver esta peli, que da mal rollo.
En aquellos años llevé a una novia a ver Annie Hall, con bastante éxito. Ahora también sería arriesgado después de los asuntillos sucios de Woody Allen.
El retrato de La Ciudad que nunca duerme, por parte de estos dos directores, es la cara y la cruz de la misma verdad.
Ahora que tanto se habla del sueño americano, esta peli refleja en qué se queda este sueño.
Travis Bickle ha vuelto de la Guerra del Vietnam, tal vez nunca fue muy normal y siempre ha tenido problemas de relación con los demás.
Pero desde que vino de los marines no puede dormir. Aunque tendría que saber que la Coca-cola y las chocolatinas no ayudan.
Tal vez tenga miedo a las pesadillas que aparecen en sus sueños.
Busca un trabajo nocturno que le aísla más de una sociedad normal. Se encuentra con los peligros de la noche.
La falta de sueño está asociada a fatiga, irritabilidad, desorientación.
Cuando Travis verbaliza su repugnancia hacia la “escoria social”, refiriéndose a la droga, la prostitución y el crimen, ¿cuánto hay de autorreferencial en él?
Sus pesadillas, su insomnio, su aversión a la marginación ¿son manifestaciones de los remordimientos de su conciencia?
Cuando parece que va establecer una relación normalizada la caga llevando a la bella Cybill Shepherd a ver una peli porno. ¿A quién se le ocurre?
Pues a alguien que carece de habilidades sociales y de empatía. Incapaz de ponerse en el sitio de la chica.
Por cierto, la muchacha también debe de tener algo de solitaria para aceptar la invitación de un taxista que no conoce. Tal vez encuentre en él la soledad que ella misma padece.
Cuando Travis se ve rechazado afirma que es como todas las demás, fría y distante. ¿Quién se portó así con él antes? ¿Tal vez su madre?.
El despecho de Travis hace que se dirija hacia el jefe de Betsy.
Encaja bien que un individuo triste anodino quiera hacer un acto que le saque del ostracismo. El sueño del neurótico es ocupar un puesto de privilegio, aunque sea temporalmente y por algo indeseable.
Sus ideas paranoides y violentas van cobrando forma. Se prepara el acto “redentor”.
Pensemos, ¿qué (o a quién) necesita matar Travis?
Sus demonios, sus fantasmas, su pasado que lo atormenta y el cual proyecta en la inmundicia y el desorden externo.
Estamos frente a un tipo con estrés postraumático (dificultades para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad, dificultades para concentrarse, somatizaciones, cefalea…) en el apogeo de manifestaciones paranoides (suspicacia y la desconfianza hacia quienes lo rodean) y mucha violencia desplegada a los demás.
“Aquí tienen a un hombre que no pudo soportarlo más”, dice el protagonista.
Nos preguntamos si de haberlo Betsy aceptado, ¿diría él esto mismo? ¿O estaría de acuerdo con la respuesta dada por el personaje de Mickey en aquella otra gran película Asesinos Natos (Stone, 1994) que “lo que vence a un asesino es el amor”?
Cuando en la tienda asesina al ladrón, su preocupación es que no tiene licencia de armas, más que haber matado a alguien. Pero el propio tendero se dedica a dar una paliza al moribundo.
Los tres personajes de esa escena son enfermos sociales. Scorsese nos muestra una sociedad donde la bondad y la maldad es cuestión de situación y de punto de vista.
La carta de Travis, llena de mentiras, puede ser parte de su situación delirante. ¿Existen esos padres?
Su incapacidad de llevar a cabo el asesinato del senador le lleva a ir a por el proxeneta (un magnífico Harvey Keitel).
Después de haberse convertido en un antihéroe, de haber cumplido su misión, no hace falta seguir viviendo. Su objetivo cumplido deja vacía su existencia e intenta suicidarse…
Travis vuelve a su vida normal, después de una larga recuperación y sus compañeros le llaman Matador. Ya es alguien en la vida. Por fin tiene el agradecimiento de los padres de Iris y el reconocimiento social.
Incluso Betsy entabla contacto con él.
Su aspecto es normal, ya no lleva cazadora militar, ni corte de pelo a lo mohicano. Pero ¿cuando volverá a sentir la necesidad de notoriedad?
Esta vez es la que más me ha gustado.
Menos mal que se mantuvo el título original en inglés. En castellano le habrían puesto “El taxista” y no hubiera sido lo mismo.