A Peter Bogdanovich lo conozco más como estudioso del cine y actor ocasional que como director.
Ya es mayorzote (76 años) y después de bastantes fracasos se mete en este lío de dirigir una peli con tono de comedia loca.
Trata de realizar una screwball comedy. Que esto funcione requiere un ritmo frenético, un guión perfecto y unos actores excelentes.
El ritmo que le imprime es correcto.
El guión es aceptable. Muchas situaciones forzadas, pero forma parte del juego entre director y espectador.
Los actores estupendos. Tal vez Jennifer Aniston demasiado gritona.
La londinense de 26 años, Imogen Poots, está realmente sublime. ¿Candidata al Oscar a la mejor actriz de reparto?
La peli comienza como un Woody Allen ligero, pero enseguida se desmadra.
Si todos los elementos están bien, ¿porqué el resultado es tan mediocre?
Tal vez, el aire nostálgico, que le quiere dar Bogdanovich a su peli, se percibe como rancio. Hay una sutil diferencia entre lo vintage y lo antiguo. Esta producción queda antigua.
Aunque hay momentos que funciona la comedia y provocó mi hilaridad, en muchos otros sientes una desagradable sensación de incomodidad que raya la vergüenza ajena.
Indicada para degustadores de lo pasado de moda y nostálgicos de un cine que tuvo su época y no volverá (lamentablemente).
Los biopic son siempre complicados. Intentar abarcar un largo espacio de tiempo implica usar mucho la elipsis lo que suele dar a la narración un estilo como a saltos.
Está fuera de toda duda que Steve Jobs es uno de los grandes personajes del siglo XX. Apple se ha terminando convirtiendo en una especie de religión al igual que la termomix.
Cuando un individuo se compra una termomix su vida cambia y mira por encima del hombro al resto de los mortales que no la poseen. Lo mismo ocurre cuando lo que se adquiere es un producto de la empresa de la manzana mordisqueada.
La posesión de un iphone o un ipad o un ordenador iMac te eleva a un nivel superior. Te conviertes en esa religión y todo lo demás es una porquería comparado con lo que tienes.
El sumo sacerdote de esta secta era Steve Jobs. Un personaje controvertido pero que es clave para comprender cómo el ordenador pasó de ser un elemento para científicos a dar el salto a todos los hogares y que consiguió que la tecnología sea de acceso común.
Vayamos a la peli.
Su desarrollo se tambalea entre la hagiografía y la crítica. Hay cierto empeño en presentar a Jobs como un visionario.
Abundan los discursitos de estímulo empresarial que a mí me parecen vacíos e innecesarios, pero deben gustar mucho a los norteamericanos.
El aspecto más positivo de la peli es mostrarnos la prehistoria de la informática que resulta de lo más interesante.
Jobs representa el mito americano a la perfección, el hombre que consigue ser millonario sin casi formación pero con muy buenas ideas.
La historia se extiende demasiado en los líos empresariales que resultan incomprensibles y aburridos.
Se ve claro que se han esforzado para que los actores se parecieran a los personajes.
Se ha hablado mucho como Ashton Kutcher se ha mimetizado en el personaje. Pero detrás de esos andares y esa barbita aparece un actor interpretando y en ningún momento me abstraigo viendo a Steve Jobs.
Kutcher siguió durante el rodaje la misma dieta de frutas y semillas que Jobs, pero debe ser más flojo porque lo tuvieron que hospitalizar por esta cuestión.