Hannah Baker (Katherine Langford) se suicida. Graba trece caras de cintas de casset (estilo viejuno) para que se las vayan pasando las trece personas que han contribuido a su desmoralización.
Cada capítulo está dedicado a un personaje.
El hilo conductor es Clay Jensen (Dylan Minnette), un muchacho buenico pero torpe emocional y socialmente.
La serie juega todo el metraje con continuos flashbacks (en español es analepsis).
Vemos el calvario de esta muchacha.
Es raro que las guapas padezcan bullying, pero las relaciones que va teniendo Hannah son, como poco, bastante frustrantes.
Me parece muy acertada la idea de la constelación causal.
Siempre intentamos buscar un culpable, un único culpable.
Cuando lo más real es que haya muchas cuestiones que favorecen un suceso. Muchos culpables.
En eso la serie resulta muy ilustrativa. Se puede hundir a una persona por acción y por omisión, incluso queriéndola ayudar.
Hay aspectos de la cultura norteamericana de instituto que nos resultan muy ajenos.
No veo yo a los estudiantes españoles rellenado encuestas de San Valentín.
La serie refleja unos adolescentes de familias acomodadas, con la excepción de Justin Foley, sin conflictos interraciales.
Otro aspecto de interés es la responsabilidad de la víctima, que, en ocasiones, toma muy malas decisiones, cometiendo graves errores.
Bien retratado el sufrimiento de los padres, a los que compadeces de manera absoluta.
La adolescencia es una etapa difícil de la vida, en la que uno se vuelve tonto.
Me gusta el final agridulce de esta temporada.
Una serie interesante y, a pesar de sus defectos, muy ilustrativa.