Carlos es un sastre granaíno, amante de su trabajo. Un tipo serio pero apreciado por sus vecinos. Solitario, de pocas palabras. Tiene una fea costumbre. Asesina chicas jóvenes que le atraen y luego se las come. Le gusta la carne. Su vida ordenada cambia cuando conoce a una muchacha rumana.
Manuel Martín Cuenca compone un magnífico retrato del personaje en una película austera con pocos actores, escasos diálogos, planos medios, sin música. Trata al espectador como adulto, lo cual en estos tiempos de primeros planos reiterados, de voz en off innecesaria y de música estridente para conmover al espectador (que es tratado como tonto) es de agradecer.
Permite que el asistente al cine observe, medite, analice, evitando su manipulación.
La frialdad del sastre se trasmite a la peli pero no por ello se pierde fuerza narrativa, ni interés en la trama y ni en los personajes.
Martín Cuenca con poco obtiene mucho.
Antonio de la Torre consigue lo mismo que el director, con una expresividad muy medida, muy escasa, trasmite desolación, el vacío existencial de una vida de asesino en serie que se ha creado para llenar el tedio. Asombrosamente nada en la peli justifica al personaje, nada nos incita hacia la compasión pero hay algo enfermizo que nos permite cierta compresión. Tal vez comprobar que el amor le puede redimir nos otorga la posibilidad de compadecerle.
A Olimpia Melinte la quiere la cámara. Ella aporta el lado humano de la historia. Aunque parezca imposible comprendemos cómo se enamora de un monstruo.
Antonio de la Torre ganó el Premio Feroz a mejor actor.
La peli se llevó el Goya a la mejor fotografía.
Cine para espectadores mayores de edad con ganas de encontrar su lado más tenebroso.
Muchos besos y muchas gracias.
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
Colaborador de Esradio Guadalajara y Alcarria TV
Canal de YouTube: HolaSoyRamónVídeos
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