Raúl conocía a la gente chunga de su ciudad y no quería acabar mal.
Pretendía ser actor y cuando estudiaba en la academia de Cristina Rota le ofrecieron el papel de Carlos en la serie Compañeros.
En el 2002 dio el salto al cine con Joaquín Oristrell, Los abajo firmantes, junto a Javier Cámara, Fernando Guillén y María y Juan Diego Botto.
Luego hizo una peli con Manuel Gómez Perira, Cosas que hacen que la vida valga la pena.
Pasó por varias series de televisión, Hospital Central, Cuéntame cómo pasó, Aída o Motivos personales.
En 2006, le llegaría uno de los papeles más importantes que ha interpretado hasta la fecha, el de Israel en la exitosa ópera prima de Daniel Sánchez Arévalo, AzulOscuroCasiNegro, junto a Quim Gutiérrez, Marta Etura y Antonio de la Torre entre otros.
Tal vez, ya estaba pensando en dirigir una peli que podría interpretar su nuevo amigo Antoñito de la Torre.
Su trabajo en esta producción le valió el Premio de la Unión de Actores al mejor actor revelación.
Banderas le eligió para participar en, la fallida e incomprendida, El camino de los ingleses en 2006.
Sigue haciendo cortos y pelis
En 2007 interviene en Siete mesas de billar francés dirigida por Gracia Querejeta.
Luego 8 citas, bajo la dirección de Peris Romano y Rodrigo Sorogoyen.
Después Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda, junto a Maribel Verdú, de nuevo.
Ya entonces había comenzado a escribir un guión.
Quería hacer un thriller.
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A su amigo Luis Callejo le había reservado un personaje.
Se lo dice mientras ruedan en 2007, El patio de mi cárcel de Belén Macías.
Daniel Sánchez Arévalo le da el papel de Álex en Gordos y se lleva el Goya al mejor actor de reparto.
En 2011 estrena, la sobrevalorada, Primos como el primo Julián, junto a Quim Gutiérrez y Adrián Lastra.
Entre peli y serie va haciendo teatro, con una cierta vocación alternativa.
Su idea va madurando.
Colabora en el guión su colega David Pulido.
Ya tenía a de la Torre y a Callejo elegidos. Los personajes eran para estos actores.
Si le faltaba afianzarse como actor su intervención en La isla mínima de Alberto Rodríguez despeja cualquier duda. Le da la réplica el inconmensurable Javier Gutiérrez.
Sabia decisión rodar en su Móstoles natal y en Martín Muñoz de las Posadas, localidad segoviana donde su familia tiene casa.
Es inteligente hablar de lo que se sabe, de lo que se conoce.
Como todo proyecto cinematográfico español actual ha sido un calvario llevarlo a cabo. Menos mal que contó con la productora Beatriz Bodegas y la tele pública.
Raúl Arévalo ha realizado su peli pensando en mí.
Tal vez él ni siquiera lo sospeche, pero cuando decidió hacer un thriller sucio, castizo, típicamente español estaba pensando en agradarme, en hacer el cine que a mí me gusta.
Cuando diseñó los personajes y eligió a los actores, pensaba en que me iban a entusiasmar.
Estaba convencido que José y Curro, salidos de la realidad, compañeros obligados de viaje, de diferente estrato social, pero con vidas marcadas por la desgracia, me iban a subyugar.
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Que la infinita Ruth Díaz, me iba a enamorar.
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Sabía como complacerme en todo.
Sin artificios ni trucos de guión, con una historia lineal, magníficamente contada en la que trata al espectador como adulto, capaz de deducir, de suponer, de averiguar el fondo de una historia de venganza y de rencor cocinado a fuego lento, con el combustible del dolor y de la amargura.
Sabía que la sobriedad formal me encantaría, que esa capacidad de síntesis, de concentrar una historia en 92 minutos me agradaría.
Arévalo emplea hora y media en contar lo que Tarantino tardaría tres.
Sabía lo que me cautivaría ver a Manolo Solo (Santi, el Triana) hacer de quinqui afónico y fullero, después de haberle visto de Juez Ruz en B de David Ilundain. ¡Qué maravilla!
Sabía que me interesaría cada escena, cada detalle… El atraco rodado desde el coche, José pidiendo un café a Ana en el bar de Juanjo y así una secuencia tras otra.
Por hacer el cine que a mí me entusiasma, te doy las gracias. De verdad, Raúl.
Existe el peligro que este actor se convierta en un género en sí mismo.
El tema de las bodas da mucho juego.
Me declaro totalmente contrario al matrimonio, lo dice un hombre que lleva 34 años felizmente casado. Como todo el mundo sabe es la primera causa de divorcio y en muchos casos es la peor manera de estropear una buena relación de pareja.
Cuando una parejita me dicen que se van a casar, siempre les preguntó que cuanto tiempo hace que viven juntos y les digo que porqué destrozar una relación que va bien.
Además está el asunto de darle una importancia a la boda que en mi opinión no se merece. Te gastas un pastizal y dedicas un montón de energía en organizar un evento que alguien va a reventar tarde o temprano, con la probabilidad que sean, incluso, los novios.
En Ahora o nunca, Dani Rovira y María Valverde tienen la firme convicción de casarse, pero mil inconvenientes juegan contra ellos.
Está bien que se saque a relucir el tema de los controladores aéreos que después de la que montaron se han ido de rositas. Esos días en los que estuvo cerrado el espacio aéreo destrozaron, seguro, alguna boda y más.
La peli funciona muy bien y usa los tópicos de estos líos.
La suegra insoportable.
Las amigas, cada una en su estilo. Despedida de soltera incluida.
Los suegros que no tienen ni idea de otro idioma que no sea el castellano e intentan con desparpajo apabullante entenderse en cualquier lengua.
La familia, con unas tías medio brujas…
Los dos protagonistas funcionan, pero están muy bien arropados por secundarios de lujo, de esos que siempre hemos disfrutado en el cine español.
Destaco a Yolanda Ramos con una vis cómica innegable. Deseas que aparezca más para partirte el pecho de risa. Vergonzoso que no le dieran el Goya por Carmina y amén de Paco León.
Estupenda también Melody, que como todo el mundo sabe, es de pata negra, de pata negra.
A Clara Lago y a Alicia Rubio las he encontrado especialmente atractivas.
El trailer echaba para tras a cualquiera y desde luego a mí. Pero alguien (traicioneramente) me dijo que no estaba mal (no lo olvidaré).
El director y también guionista (como en todas sus películas) nos presenta una situación absurda con tres personajes penosos.
El personaje de Adrián Lastra es especialmente insoportable. Dan ganas de coger una recortada y terminar con su sufrimiento y el mío. Tal vez me haya pasado. Por ser más diplomático: lo suprimiría del guión.
No hay nada más penoso que pretender ser gracioso y no conseguirlo. Yo de esto sé mucho por experiencia personal.
A los personajes de esta falsa comedia les pasa eso exactamente.
Los únicos que se libran del ridículo son Raúl Arévalo y Antonio de la Torre. Los dos eficaces, intentan mantener el tipo, a duras penas, en situaciones inverosímiles que provocan vergüenza ajena.
La chicas (Clara Lago y Inma Cuesta), en cambio, están estupendas y dentro de lo que permite el guión lo hacen lo mejor que pueden.
Las escenas absurdas se suceden sin orden ni concierto. Sin ritmo, con tedio. Todo muy penoso.
Hasta el número musical es horroroso.
Pero al final me compadecí de los personajes y me cayeron, sino bien, algo menos mal.
Todo me recordaba las comedias más casposas y deprimentes de otras épocas.