Antes y después de verla he oído comentarios elogiosos.
Siempre puedo pensar que tal vez esté equivocado.
Pero me creo poseedor de un don divino.
De una gracia que solo unos pocos elegidos poseemos.
Una capacidad especial para apreciar la calidad y descubrir lo penoso.
Por ello soy tan poco influenciable.
Ya sé que lo que acabo de afirmar suena a pedantería, a soberbia.
Pero no es mérito mío, es una cualidad innata.
Seguramente a Ron Howard y a Tom Hanks le pusieron un número en un trozo de papel.
Ellos preguntaron:
– ¿Es un teléfono?
– No. Es una cifra de dólares.
Los dos pusieron cara de satisfacción y aceptaron.
Da igual que Ángeles y demonios (2009) fuera un fiasco con un argumento infumable y además un fracaso en taquilla.
Hollywood funciona con sus propias reglas, equivocadas a veces, pero la combinación Dan Brown, Ron Howard y Tom Hanks parece taquillera.
Además al actor y al director les ofrecían rodar en Florencia, Venecia y Estambul.
Que más se puede pedir, te pagan por hacer turismo.
Da igual que el argumento sea incoherente.
Que las situaciones sean ridículas.
Los diálogos penosos e hilarantes.
Que haya continuos giros de guión para confundir al espectador.
Todo da igual si te van a pagar una pasta gansa.
Howard dirige con método una thriller imposible.
Hanks pone cara de circunstancias en cada escena.
De paso metemos a Felicity Jones que está de moda y a la danesa Sidse Babett Knudsen para dar un toque de calidad europeo.
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Pongamos también bonitas tomas, estilo publi-reportaje, de estas ciudades tan cinematográficas.
Así se confecciona un producto comercial que consigue engañar a gran parte del público, que sale convencido que le han dado cine de calidad cuando lo que le han metido es un gol en propia meta.
Inferno es solo basura, envuelta en papel de regalo, pero solo basura. Y estoy siendo generoso.