A esta familia la expulsan de una comunidad puritana calvinista por pasarse de puritanos y de calvinistas, en el Massachusetts de finales del siglo XVIII.
No viven felices porque su existencia está impregnada por la amenaza del pecado.
Un Dios exigente y vengador les impide alcanzar la paz.
Entre sus miembros, los padres y cuatro hijos, florece la mentira, el resquemor, la represión, la envidia…
Para colmo pasan hambre, necesidad y desaparece el más pequeño de la familia.
La mujer es vista como fuente de deseo y de pecado.
Todo esto desembocó en la quema de las brujas de Salem, años después.
Robert Eggers envuelve su relato en una atmósfera turbia, donde el sol no llega a los personajes por las hojas del bosque o por las nubes del valle.
El desarrollo está lleno de detalles de buen director, del que sabe expresar con imágenes sentimientos y situaciones, colocando la cámara con naturalidad y sin artificios baldíos.
Hay fotogramas de claro carácter pictórico, de una belleza extraordinaria que además inquietan y perturban.
En conjunto una peli muy estimable. Una joya del cine de terror.
Yo le quitaría el epílogo final.
Mi amiga María, gran aficionada al género, afirma que no le gustó porque, aunque aprecia elementos valiosos, no da miedo.
Esperó durante toda la proyección algún susto, de los que carece. Los comentarios que escuchó fueron negativos.