Hubo un país en el que lo que se estilaba era la cultura del pelotazo.
Si había que sobornar, perdón gratificar, a un alcalde pues se vendía el olivo milenario de abuelo.
Solo era un árbol retorcido por los años que había pasado de padres a hijos durante muchas generaciones.
Solo un árbol que representaba la dignidad de una familia.
Solo un árbol por el que te daban treinta mil euros.
Años después en ese mismo país la dignidad agonizaba.
El abuelo se negaba a comer, a seguir viviendo.
Mientras algunos países habían descendido su PIB un 20%, otros lo habían aumentado.
El rico del norte se había llevado el pundonor de un país, lo había plantado en la recepción de una multinacional.
Menos mal que una joven lucha por recobrar esa dignidad que fue expoliada, por salvar la vida de su yayo que muere de pena.
Que se fracase o que se triunfe siempre es de interés, pero lo verdaderamente importante es que se pelee por el orgullo perdido.
Tal vez la peli no sea perfecta, cayendo en la malsana tendencia actual del primer plano sin sentido.
Tal vez las reacciones de algunos personajes no estén bien explicadas.
Tal vez el tráiler nos destripe toda la peli.
Pero Icíar Bollaín sabe trasmitirnos sus sentimientos y a mí consigue emocionarme.
Con dos personajes inconmensurables.
El abuelo, impresionante Manuel Cucala, actor de una sola peli.
Y la nieta, una Anna Castillo con una fuerza ciclónica, una nueva Javier Bardem.
Los dos, firmes candidatos a actores revelación en los próximos Goya.
Muchos besos y muchas gracias.
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
Colaborador de Esradio Guadalajara y Alcarria TV
Canal de YouTube: HolaSoyRamónVídeos
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