Perdición es una de la películas que más fascinación me han causado en mi vida.
Es puro cine negro. Con personajes ambiguos que generan en el espectador sentimientos contradictorios y estimulantes a la vez.
Por un lado deseas que la trama urdida por la pareja de asesinos salga bien, pero por otro tienes ganas que Edward G. Robinson termine de descubrir el pastel.
Es una historia que está cantado que acabará mal porque estos amores arrebatadores producidos por una mujer fatal (una auténtica harpía) no pueden terminar bien.
Wilder sigue el manual de procedimiento del cine negro con un narrador protagonista con un uso dosificado de la voz en off, que en absoluto molesta.
Cuando ves por primera vez a Barbara Stanwyck embutida “castamente” en una toalla que es del tamaño de Asia Central porque le cubre por encima del pecho hasta debajo de las rodillas y después la ves bajar esas escaleras con una pulsera-tobillera comprendes que el vividor Fred MacMurray se vuelva loco de pasión. Yo cuando la vi por primera vez en la tele con catorce o quince años también me volví loco y no paré hasta averiguar cómo se llamaba esa actriz, en aquellos tiempos no había ordenadores y mucho menos internet y conseguir un dato así era muy complicado.
El concepto de mujer fatal me vino más tarde pero cuando lo conocí enseguida pensé en Barbara Stanwyck y para mí el guión resulta perfectamente coherente porque una mujer así puede conseguir cualquier cosa de un hombre por muy curtido que sea. Pero hay que tener claro que eso no le va a dar la felicidad sino que le llevará irremediablemente a la destrucción.
Decir que perdición es para mí una obra maestra resulta una obviedad. Está llena de momentos inconmensurables porque los personajes tienen tanta fuerza y están tan bien interpretados que resulta todo perfecto.
Edward G. Robinson que tantas veces interpretó personajes de gansters aquí es un evaluador de seguros que tiene un enanito metido en el abdomen que le dice si ha habido fraude o no.
Robinson es un vendaval interpretativo, un torrente que llena la pantalla de energía que vomita las frases con ingenio e ironía. Porque otro de los elementos potentes de esta peli son los diálogos dignos de una tesis doctoral.
Billy Wilder escribe el guión basándose en la novela de Raymond Chandler con un resultado milagroso (¿cómo no podía ser de otra manera?). Los dos colaboraron pero se detestaban mutuamente. Chandler presentó una larga lista de quejas. Una de ellas se referiría a que Wilder recibía llamadas de mujeres constantemente que interrumpían el trabajo.
En 1981 Lawrence Kasdan realizó un remake no confeso (Fuego en el cuerpo) que actualizaba la historia a la década de los 80 y que no estaba nada mal.
Barbara Stanwyck fue la primera opción para interpretar a Phyllis Dietrichson, pero estaba muy inquieta al ver que su papel era una asesina despiadada y manipuladora. Cuando expresó su preocupación a Billy Wilder, le espetó: “¿Es usted un ratón o una actriz?”
Muchos besos y muchas gracias.
También puedes ver mis críticas en El Heraldo del Henares.