Clint Eastwood y Tom Hanks nunca habían colaborado. Es su primera peli juntos.
Tom es el americano bueno. Con sesenta años sigue en el candelero.
Clint es uno de los grandes del cine norteamericano, con 85 parece en plena forma.
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La peli está compuesta como pedazos de un puzzle que vamos descubriendo para al final tener la imagen completa.
Pero curiosamente no hay trampas, desde el principio sabemos el desenlace, sabemos la historia.
Esto da una especial dificultad para atraer la atención del público.
Alejado de trucos baratos y de cambios de guión sorprendentes, la historia de Sully interesa porque es sincera.
Tanto el director como el actor creen en lo que hacen y eso llega al espectador.
Hanks interpreta a un piloto con experiencia, cabal, profesional, que sabe lo que tiene que hacer y lo hace bien.
Tiene sus dudas, porque es humano, pero sabe que ha hecho lo mejor.
A veces, lo mejor y lo correcto no se corresponden.
Esto que planteo debería ser lo más natural y lo es.
Pero la vida esta llena de perezosos, inconscientes y vagos.
La defensa del buen hacer que realizan este tandem es magnífica.
Se trasmite ese mensaje positivo, y en estos tiempos no está mal que nos llegue una peli con buenos valores que aplauda lo bien realizado.
Pero es que además de buenas intenciones, Sully trasmite emociones.
Hanks sabe llegarme al corazón y llenarme de sentimientos que hicieron saltar las lágrimas.
Después de haber llorado lo mío con Yo, Daniel Blake, ver esta película provocó que acabara con todas mis reservas de kleenex.
Carlos Boyero ha escrito:
“Eastwood es incapaz de contagiarme ni un gramo de pasión, tensión o entretenimiento con la reconstrucción de la hazaña (…) Todo es plano y romo en esta tediosa película”.