La idea inicial de la peli es estupenda.
A Robin Wright le ofrecen digitalizarla para hacer pelis con ella de protagonista, pero sin ella físicamente.
Un maravilloso Harvey Keitel, su agente de toda la vida la trata de convencer.
Esos primeros minutos prometían.
Pero de pronto esnifando una droga alucinógena, la protagonista se sumerge en un mundo de dibujos animados abigarrado, colorista, intenso, asfixiante y tremendamente aburrido.
Ari Folman pierde el sentido y nos muestra un sindiós que no sabemos a donde va ni que pretende. Una ceremonia de la confusión que aburre.
Lo que podía ser un arco iris visual (y lo es) me saturó. En absoluto me atraía. Muy al contrario, me repugnaba.
Curiosamente cuando regresa, brevemente, a la realidad (cutre, sucia y maloliente) me volvió a atrapar, pero solo fueron unos minutos.
Que conste que a otros críticos de mucha más valía que yo sí les atrajo. Copio lo que escribió en su estreno Jordi Costa para el diario El País:
“El director corresponde a la fertilidad imaginativa de Lem con un despliegue de afortunadas ideas visuales, transformando el afilado tono cómico del original en un poema onírico de aire melancólico”
A mí, en cambio, los 120 minutos de la peli me parecieron tres días insoportables.
Muchos besos y muchas gracias.
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
Colaborador de Esradio Guadalajara y Alcarria TV
Twitter @Holasoyramon
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