Hace unos años vi Déjame entrar (Let Me In) de Matt Reeves, la versión americana de esta peli sueca que visiono con los amigos del Taller de Cine de Azuqueca de Henares.
Casi no la recordaba. Mejor, así no me veo influido por el remake yanqui.
El cine de vampiros ha dado mucho de sí. Desde obras maestras a bodrios descomunales, no quiero ni recordar la Saga Crepúsculo, que Dios tenga en su gloria.
En Déjame entrar, hay un fondo de ternura, la que despiertan estos dos niños tan diferentes que se hacen amigos e, incluso, novios.
Él sufre acoso escolar, es pusilánime, débil…
Ella es una niña solitaria con una dependencia absoluta por la hemoglobina.
Los dos se complementan y se van a ayudar a superar sus problemas.
Hay poesía en los fotogramas de esta peli. Una poética, la del amor de estos niños, que sobrevive sobre la sordidez del paisaje y del paisanaje sueco.
¿Dónde está el paraíso escandinavo?
Lo que se nos muestra son niños crueles, señores feos alcoholizados, urbanizaciones de extrarradio… Incluso la nieve, que nosotros al padecerla poco la solemos ver hermosa, aparece desoladora y cochambrosa.
Esta pareja disfuncional intenta sobrevivir en este infierno de hielo.
Para contentar a los amigos de lo truculento hay algo de gore, el necesario para obligarte a cerrar los ojos en un par de ocasiones.
Después de negociar por sms, wasap y móvil decidimos ir a ver esta peli la tarde de Nochebuena. Había partidarios de Inmortales y otros de Noche de fin de año. Pero algunos no querían ver superhéroes griegos en minifalda y otros no querían ver a mi adorada Sara Jessica Parker.
Al final mis sobrinos o se perdieron con el coche o no entendieron bien la hora y el cine y no llegaron ninguno.
Entré al cine ilusionado con Marta y Rubén.
La comida previa había sido magnífica en el Chicago, pequeño bar de copas/restaurante donde un plato combinado se convierte en un menú de lujo suculento, sabroso y abundante.
El Topo se desarrolla de manera lenta y pausada. Marta se durmió en pocos minutos. Rubén aguantaba el tipo. Yo luchaba con todas mis fuerzas para mantenerme despierto pero no podía evitar dar cabezadas.
A partir de la mitad de la proyección conseguí estar en estado de vigilia pero con un esfuerzo titánico y le fui cogiendo el tranquillo a la peli.
Los espías no son superhéroes son burócratas que redactan informes y desconfían de todo y de todos. En espionaje no hay mejor táctica que hacer creer que todo lo que se dice lo saben los otros o todo lo que se sabe es mentira. No hay nada peor que la desconfianza. Pues de eso va esta peli.
Gary Oldman es el gran protagonista de la peli. Un hombre gris, cornudo y poco comunicativo. Gary nos ha tenido acostumbrados a excesos gestuales pero aquí se muestra contenido, tal vez demasiado.
El desarrollo es tan lento que resulta tedioso. En los últimos treinta minutos mejora el ritmo pero eso no equilibra el resultado final. Además hay cuestiones en el guión a las que no encuentro explicación lo que me generó cierta intraquilidad. ¿Me habré perdido momentos cruciales por el sueño intermitente?
Cuando terminó la peli, Marta estaba dolorida por la mala posición. Rubén preguntaba: ¿de qué iba todo esto?
Yo también me hacía preguntas. ¿Se estaban partiendo de risa mis sobrinos por haberme arrastrado a esta película? ¿Es posible que Inmortales fuera peor? ¿Cuando podré ver a Sara Jessica en Noche de fin de año? ¿Porqué Peter Guillian acudió a París siguiendo las instrucciones de George Smiley?