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A los pocos meses de iniciar la carrera comencé a hacer prácticas en el Hospital Provincial de Zaragoza por mediación de un amigo de mi padre, Manolo Royo.
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Manolo era todo un personaje, muy simpático, conocía a todo el mundo y todos lo apreciaban.
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Compatibilizaba un montón de empleos, pero cumplía en todos. Una enfermero muy eficaz, aunque entonces se llamaban ATS (ateeses).
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En el Provincial era el encargado en Urología. Un auténtico maestro en poner sondas.
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En muy pocos días me enseñó a sondar, a coger vías, poner goteros, hacer curas…
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Me gustaba el trabajo de enfermería.
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Pero también hacía las historias de los pacientes que acudían por primera vez a la consulta de Urología y, ocasionalmente ayudaba en quirófano en intervenciones sencillas, como circuncisiones y, muchas otras, observaba nefrectomías o cistectomías.
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Manolo era siempre muy amable conmigo, pero me recriminaba continuamente sobre mi lentitud.
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Me decía:
– Cuando trabajes en el Seguro no podrás ir tan despacio. Tienes que darte vida.
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Aprendí muchísimo y eso me dio seguridad cuando comencé mi actividad como médico.
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Un día Manolo me hizo una oferta que no podía rechazar:
– ¿Quieres aprender a poner inyecciones de verdad y rápido?
– Claro. – Le contesté al segundo.
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Me llevó esa misma tarde al Ambulatorio de la Avenida de Navarra.
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Él tenía lo que se llamaba un cupo del seguro.
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Acudía durante dos horas y tenía que hacer el trabajo de siete. Trabajaba a destajo.
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En aquellos años se ponían muchísimas inyecciones. Los médicos las prescribían para todo.
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No había miedo a los contagios. No había aparecido la epidemia de SIDA, que surgió en los ochenta, y de la Hepatitis B se hablaba poco.
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Por ello se usaban jeringas de cristal que simplemente se hervían.
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Esa tarde me explicó la dinámica.
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Hacías entrar a la consulta a tres o cuatro pacientes del mismo sexo.
Te daban los inyectables que había que ponerles.
Los preparabas mientras los pacientes se subían la falda o se bajaban el pantalón.
Los pinchabas en cadena y pasaban los siguientes.
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Había un largo hervidor donde ibas colocando las jeringas y por orden rotativo las ibas usando.
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Lo importante era la rapidez. No terminar a la hora implicaba que el siguiente ATS tuviera que esperar y comenzar con retraso.
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Manolo me explicó que a los Benzetaciles había que agregarles cloruro cálcico para que dolieran menos.
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Qué tal inyectable había que ponerlo despacio, para evitar que se formara “bolo”.
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Cuestiones prácticas diversas e importantes.
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No se llevaba ningún registro. No se perdía ni un minuto en hacer papeles.
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Se ponía muchos antibióticos inyectados, que ahora están en desuso, o incluso que se ha prohibido su prescripción.
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A los niños delgadicos se es prescribía inyecciones de extractos hepáticos.
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Se ponían complejos vitamínicos, que se pueden administrar sin problemas por vía oral.
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Muchos pacientes relacionaban el dolor producido con la inyección con la eficacia del fármaco. Comentarios como “ésta si que es buena“, mientras le saltaban las lágrimas, no eran raros.
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Después de esa tarde de cursillo, Manolo me dijo que a partir de mañana iría yo a hacer ese trabajo, “hasta que hayas aprendido“.
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Al salir me presentó a las administrativas y otros enfermeros.
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– A partir de mañana viene Ramoncico a hacer mi cupo.
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Nadie se extrañó.
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Acudí puntualmente a las tres de la tarde durante seis meses a hacer el cupo de Manolo.
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Durante ese tiempo nadie me puso ninguna objeción. Manolo tampoco me preguntó que tal iba.
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Después de medio año me armé de valor y le dije a Manolo:
– Creo que ya he aprendido bien a poner inyecciones.
– Vale. Ya me organizo y a partir de mañana voy yo. – Me contestó Manolo.
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Muchos besos y muchas gracias.
Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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Y te falta alguna anécdota de ese episodio
Jamás recibiste remuneración alguna por esos 6 meses y el “majete” de Manolo, seguro que sí
Y además en esa época se incendió por un atentado mal aclarado el Hotel Corona de Aragón. Y tú estuviste ahí.
Yo también, pero solo de estupefacta expectadora
Un abracico
Si señor, todo un personaje Manolo.
Recuerdo su coche, un tiburón que triunfaba en la época.
Sigue llegando mi memoria.