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En la década de los setenta llegó a la dirección del Real Zaragoza José Ángel Zalba, nacido en Biota, el presidente más joven de primera división.
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No sé porqué mi padre lo conocía. Las sobras de comida cárnica que generaba el restaurante de mi padre se las llevaba al chalé de Zalba en la carretera de Logroño, para tres perros muy grandones.
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Yo era el encargado de ir los viernes por la tarde a buscar tres entrada a su casa del Paseo Marina Moreno, actualmente Paseo de la Constitución.
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Me solía atender su suegra, una señora muy amable, que me solía invitar a un vasito de moscatel.
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Por el cargo yo me quedaba una entrada y las otras dos se las daba a José, el socio de mi padre, que las distribuía a su vez. Mi padre nunca fue al fútbol.
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Las entradas eran de una calidad inversamente proporcional a las del partido.
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Un partido con el Barça o con el Madrid, suponían una entradas de pie en tribuna de gol.
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Si era el Mallorca o el Logroñés podían ser de tribuna preferente.
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Debido a eso disfruté, o padecí, casi todas las posibles localidades en La Romareda.
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Yo no era muy aficionado al fútbol como espectáculo. Era un muy mal jugador, aunque practicaba mucho el deporte rey.
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Jugaba con amigos y compañeros de colegio y usábamos los campos de los escolapios en La Almozara.
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Recuerdo que tenía unas botas de fútbol, más duras que la madre que las parió, con tacos, que compartía con un vecino. Era raro que coincidiéramos. Yo solía jugar los sábados por la mañana. Él, los domingos.
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Respecto a la calidad de mi juego… Un día me vio jugar Pepe Morlans que era presidente de la Federación Aragonesa de boxeo, amigo de mi padre. A gritos me dijo:
– Ramoncico, tú estudia que con el fútbol no te ganarás la vida.
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La primera vez que fui a La Romareda me pareció un espectáculo formidable. Tendría 15 años.
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El gentío a la entrada y a la salida y el estadio repleto me impresionaron.
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Los gritos e insultos eran lo habitual. No había oído palabras tan malsonantes como ese primer día.
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Los coros canturreando “borde, borde” dirigidos al árbitro.
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Todo me pareció fascinante.
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Enseguida me integré, e insultaba miméticamente.
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Empecé a oír Radio Popular con Eduardo González, hablando de fútbol y poniendo a parir a Luis Cid “Carriega”, el entrenador, al que tenía una manía especial
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Los lunes me compraba el Zaragoza Deportiva.
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En unos pocos fines de semana me volví futbolero.
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Iba la mar de contento a recoger las entradas a casa de Zalba, al que nunca llegué a conocer y disfrutaba de fútbol gratis.
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En pocas semanas conocí a los jugadores.
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Era la época de los Zaraguayos.
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Este termino lo acuñó el citado semanario deportivo local, siempre con titulares sensacionalistas e imaginativos.
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Los partidos eran muy entretenidos, se solía ver muy buen fútbol en La Romareda.
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El capitán era José Luis Violeta, un veterano que había pertenecido a la generación de Los Magníficos, que yo no conocí.
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Violeta era todo empuje y coraje. El público se metía con él, al menor fallo, por su edad.
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Mi preferido era García Castany, un jugador muy técnico, muy elegante en su juego, que repartía fenomenal en el medio campo. Un gran regateador.
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Planas tenía una potencia de tiro formidable. En una ocasión disparó a la portería desde el centro del campo y la pelota rebotó en el travesaño y llegó a colisionar con mi cráneo, que estaba en tribuna de gol. Fui objeto de la mofa general.
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El pobre Planas tuvo una grave lesión de rodilla, de la que no se recuperó.
Recuerdo que jugó un partido con la selección.
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A Ocampos lo recuerdo de unos pocos partidos. Era un paraguayo dado al conflicto con la defensa contraria. Acumulaba expulsiones.
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En una ocasión en un partido con el Real Madrid lío una con Pirri y expulsaron a los dos.
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La bronca en el graderío fue monumental, que se agravó cuando el paraguayo le propinó un puñetazo a Amancio antes de abandonar el campo. Lo que le costó un montón de partidos sin jugar.
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Es lo último que recuerdo de él.
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Arrúa era un goleador nato. Sabía como nadie colarse en la defensa contraria y meter su pierna derecha para conseguir goles.
Desde la grada parecía pequeño y destacaba su melena.
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Diarte, El Lobo, era un delantero centro magnífico que hacía la pareja perfecta con Arrúa.
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Estos dos paraguayos eran muy dados a la fiesta y al cachondeo. No era raro encontrarlos a las tantas de madrugadas con las chicas más guapas de Zaragoza.
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En una ocasión vi como unos municipales le paraban por ir a toda leche con su coche por Fernando el Católico. Los pocos que estábamos a esas horas por la calle nos paramos a mirar.
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Después de un rato conversando, vimos como Arrúa le firmaba un papel a un municipal, pensamos que era una multa. Pero nada más macharse el vehículo quemando neumático, el guardia le gritó a un compañero:
– ¡Me ha firmado un autógrafo!
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Cacho Blanco era un defensa contundente y eficaz. Hubo una polémica por que se dijo que se había quitado años.
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Nieves e Irazusta eran los porteros habituales. A mí personalmente me gustaba más el segundo, del que recuerdo una parada impresionante en un partido contra el Barça.
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Manolo González era un central técnico que distribuía juego. Era profesor universitario y compatibilizaba las clases con el fútbol de primera división. En una ocasión estuve charlando un buen rato con él. Un tío estupendo.
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Rubial era un extremo extraordinario. Corría la banda como ninguno y centraba perfecto a la cabeza de Diarte que era especialmente ducho en rematar de cabeza.
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Cuando José María García retrasmitía los partidos del Zaragoza por ser “el partido de la jornada“, Rubial siempre hacía un encuentro sensacional.
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Recuerdo la frase del Butanito:
– Un extremo para la selección.
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El entrenador de la época era el gallego Luis Cid “Carriega”, un hombre sencillo y campechano. El descubridor de Quini.
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En Abril de 1975 el Madrid ya se había proclamado campeón de liga y vino a jugar en La Romareda. Los jugadores del Zaragoza le hicieron el pasillo como flamante campeón.
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Ese partido, lo recuerdo porque el Zaragoza, que quedó subcampeón, le endoso un seis uno al Madrid.
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Fue un partido mítico en el que disfruté como un enano.
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Curiosamente allí se llegó a la cúspide y después solo hubo descenso.
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La siguiente temporada fue nefasta y el Zaragoza bajó a segunda división.
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Zalba dejó de ser presidente y yo de ir al fútbol.
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Muchos besos y muchas gracias.
Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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Recuerdo perfectamente tu época de Zaragocista ¡¡¡
Me hacía mucha gracia porqué tú siempre has sido anti-deporte.
Cuando tenias gimnasia con los Padres Escolapios te ponías literalmente enfermo, tenías hasta fiebre. Te causaba mucha fobia ese del deporte.
Y también recuerdo que en una ocasión (creo que era Barça-Zaragoza) que alguien te ofreció un pastizal por tu entrada, pero tú, muy digno, lo rechazaste.
Qué buenos recuerdos.
Admiro mucho tu memoria con tanto detalle.
Gracias por compartir.