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En mi época de estudiante de medicina obtuve ingresos por muy distintos medios.
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Desempeñé trabajos de lo más diverso.
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Vendimiador, recolector de manzanas y cebollas, hacer apuntes, limpiar garajes, adecentar pisos reformados, pero sobre todo trabajé de camarero durante los veranos desde los 14 años hasta que acabé la carrera.
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Durante una larga temporada también obtuve ingresos tomado la tensión en la calle.
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Mis amigos Carlos, Alberto y Pelayo, junto con mi novia Elena nos poníamos al lado del Mercado Central de Zaragoza. A veces esquina con calle Torre Nueva, frente al Sepu viejo y otras con calle San Blas.
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Colocábamos unas mesas plegables y unas sillas y tomábamos la tensión arterial.
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Elena sentada apuntaba en unos papelillos los valores de cada paciente.
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Después de cada medición, le cantábamos los valores a Elena que los anotaba con presteza y recogía el donativo.
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La idea del cartel fue de Pelayo, siempre muy ocurrente.
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“Se toma la tensión. Donativo 25 ptas”.
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En puro invierno pasábamos frío al principio de la mañana, pero luego nuestra numerosa clientela, caldeaba el ambiente.
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Recomendábamos comer sin sal y acudir a su médico a los que detectábamos valores elevados.
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No era raro que nos hicieran consultas de todo tipo que resolvíamos con cierta eficacia.
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Un día diagnostiqué una sarna en plena calle.
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En esa época era uno de los artífices de los apuntes de Derma que vendíamos a los compañeros. Estaba muy ducho en la materia.
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La paciente me enseñó una pomada de corticoides que le habían prescrito para un prurito de larga evolución.
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Yo le pregunté si presentaba lesiones y en medio de la calle se levantó la falda y me las enseñó.
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Era sarna, seguro. Le dije que se pusiera Yacutín, era lo que se empleaba en ese momento. La paciente fue a la farmacia me enseñó su compra y semanas después nos regaló unas rosquillas como agradecimiento a su curación.
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Podría decir que fue uno de mis primeros éxitos profesionales callejeros.
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Después de toda la mañana y de muchas tomas de tensión, en la buhardilla repartíamos los beneficios.
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Podíamos sacar más de mil pesetas por sesión. Solíamos ir los sábados y domingos. Lo cual nos procuraba unos ingresos suficientes como para llevar una vida con ciertos lujos. Echar gasolina al 600 o tomar algún calimocho.
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Una mañana de domingo nos colocamos al lado de un puesto ambulante de zapatos que regentaban unos gitanos.
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Nos miraban con cierto recelo.
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Tenía experiencia en tratar con ellos por el Hospital Provincial.
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Me acerqué y les pregunté si les molestaba que estuviéramos colocados a su lado.
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No fueron demasiado cordiales.
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El Patriarca miraba con la cabeza elevada con cierto desprecio.
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Le pregunté si quería que le tomáramos la tensión. Con un gesto accedió.
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Le dije que la tenía perfecta.
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Me dio las gracias.
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El resto de la familia pasó a tomársela.
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Preguntaban y comentaban cuestiones curiosas:
– ¿Esto para qué sirve?
– Yo la tengo mejor que tú.
– ¿Las mujeres también se la pueden tomar?
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Todo ello entre grandes risotadas.
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Nos hicimos muy amigos.
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Además eran muy generosos.
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Unas semanas después vinieron unos policías locales, los típicos tocapelotas.
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Nos pedían un carné profesional.
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Les explicamos que éramos estudiantes de Medicina e intentábamos hacer una labor de detección precoz de la hipertensión.
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No quisieron tomarse la tensión. Lo cual hubiera facilitado la relación.
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Lo dicho. Eran unos tocapelotas.
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Los gitanos vieron que la situación era tensa.
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De pronto los locales se vieron rodeados de un nutrido grupo de vendedores ambulantes.
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Se marcharon, pero nos dijeron que sin un carné profesional no podíamos tomar la tensión en la calle.
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Una mañana Pelayo y yo nos dirigimos al Ayuntamiento para ver si se podía resolver la cuestión planteada por la policía municipal.
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En recepción nos enviaron a hablar con un concejal.
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Impresionante la segunda planta del Ayuntamiento de Zaragoza con grandes cuadros y una decoración grandiosa. Los pasillos enormes y los techos super altos.
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El concejal nos recibió muy agradable.
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Le planteamos el servicio público que realizábamos y la buena acogida del público. Que no teníamos ánimo de lucro, que lo del donativo era solo voluntario y solo una sugerencia.
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Todo le pareció muy bien.
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Pero nos indicó que debíamos pedir permiso al Colegio de Médicos.
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Nosotros sin pensarlo mucho, más bien nada, nos dirigimos al edificio en Paseo Ruiseñores.
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Nos recibió el presidente del Colegio de Médicos que era el catedrático de Anatomía Patológica.
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Le planteamos la cuestión y nos dejó helados con su respuesta.
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“Eso es intrusismo profesional. Seréis perseguidos como lo son curanderos, abortistas y charlatanes”.
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Ese fue mi primer desencuentro con esa institución a la que he estado pagando la cuota colegial durante 40 años.
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Una mañana me acerqué a despedirme de la familia de gitanos. Les expliqué la cuestión que no entendieron.
– Si no hacéis mal a nadie.
– Ven alguna vez y nos la tomas de tapadillo.
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Nuestra experiencia de control callejero de la HTA terminó por culpa de la Policía Local y del Colegio de Médicos.
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Ahí comenzó mi antipatía a estos dos estamentos.
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Muchos besos y muchas gracias.
Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
Canal de YouTube: HolaSoyRamónVídeos
En Vimeo: vimeo.com/holasoyramon
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Extraordinaria historia…
No conocía los detalles.
Un abracico
Que bien lo paso leyendo tus historias hermano.
Recordando a tus amigos y tus batallitas con ellos.
Has tenido mucha experiencia de vida y eso es muy importante.
Felicidades.
Muchos besos.