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Rebusco en la taquilla. Entre latas de sardinas en aceite y sardinillas al limón encuentro una lata de fabada Litoral. Son las nueve de la noche del final de un día de primavera caluroso. Decido cenármela.
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Paquita la enfermera se va a tomar un tomate, su fruta favorita. Así no se sale de su dieta hipocalórica que lleva desde la adolescencia, sin ningún éxito.
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Caliento al baño maría mi cena y me la como, más bien la engullo, en unos minutos.
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Hay fruta por la cocinilla, que no desaprovecho.
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Siempre he sido de buen comer.
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Ya son casi las doce. Es una guardia muy tranquila. Me gusta antes de acostarme pasarme por la Jefatura, a decir que me voy a dormir y presentar mis respetos al jefe de centro y de servicios.
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Paqui ya lleva dos horas durmiendo. Sus pluriempleos en la prisión y en la urgencia de trauma en el Príncipe de Asturias, la tienen agotada.
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De jefe está Víctor y de centro Ampuero.
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Éste me dice que ha traído panceta de su pueblo en Zamora y me ofrece un bocadillo que cocinaría junto al que se va a preparar.
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¡Quién se puede negar a esa suculenta invitación!
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Me elabora un bocadillo con una barra y mucha panceta, pero, además, empapa el pan en el aceite de la fritura.
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Mientras devoraba el grasiento bocadillo, el aceite resbalaba por mis manos y antebrazos.
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Para ayudar nos tomamos un par de Coca-Colas, mi bebida de consumo oficial.
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Estaba más que saciado.
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Ampuero me sugiere tomarnos otro, pero no entero.
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Acepto el reto.
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A la barra que quita una punta y repite la receta.
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Los dos nos comemos esta segunda entrega, más aceitosa si cabe que la anterior.
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Le agradezco la suculenta recena.
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Me notaba un poco pesado, pero siempre he sido de digestiones fáciles y no me preocupaba la noche.
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Me duermo con facilidad…
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A eso de las tres me despierto con una terrible pesadez de estómago, ciertas náuseas y falta de aire. La sensación de reflujo es muy intensa. Me siento realmente mal.
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Me incorporo. Paseo por la habitación.
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La prisión está en absoluto silencio. Solo yo con mi fatiga interrumpo la paz nocturna.
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Miro en los bolsillos de la bata. Nada ni un Almax, ni un Omeprazol que echarme a la boca.
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Podría ir a la Enfermería, pero eso supondría despertar o al menos movilizar a un montón de funcionarios.
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Bajo a Jefatura. Víctor lee una novela, con la tele puesta sin sonido. Ampuero duerme como un niño en su sillón.
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Doy las buenas noches en voz baja.
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El Jefe de Servicios me mira de reojo y me contesta susurrando.
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No me atrevo a relatar mi mal estado.
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Decido resignarme.
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Camino por el largo pasillo que da a la cocinilla y los vestuarios.
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Comienzo a sentir dolor torácico y opresión precordial.
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Estoy fatal. Casi veo la luz al final del túnel y toda mi vida pasa por delante de mis ojos.
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Aguanto como puedo, de mala manera y a eso de las siete comienzo a mejorar.
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A las ocho ya estoy en el bar desayunando.
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Muchos besos y muchas gracias.
Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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