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Cuando hacía segundo y tercero de Medicina teníamos asambleas un día sí y otro también.
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Franco murió comenzando la carrera y se cerró la Uni unas cuantas semanas. Pero eso lo contaré en otro post.
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Fui elegido delegado de clase esos dos cursos y también en cuarto.
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Corría el rumor que en todas las clases de la universidad había un infiltrado de la Brigada Político Social.
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Cuando veíamos a alguien más mayor que la media, sospechábamos.
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Generalmente en nuestras asambleas de clase tratábamos problemas educativos. Fechas de exámenes, propuestas de contenidos y de prácticas… Pero, también, había cuestiones políticas.
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Eran tiempos convulsos en los que el franquismo se resistía a fallecer y la democracia asomaba con temor.
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Mi labor de moderador de las asambleas se veía, muchas veces, dificultada por las intervenciones de tres jóvenes.
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Los tres vestían de manera elegante, ligeramente pijos, tenían aspecto de sacarnos unos cuantos años, pero no llegaban a los treinta. Hacían chiste de todo lo que se decía y, la verdad, eran muy graciosos.
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Yo siempre he apreciado mucho el humor y me hacían reír con frecuencia.
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Detrás de un sesudo argumento de Enrique de la LCR o de Marcos del PT soltaban una gracieta que hacía carcajear a media clase y chafaban su discurso.
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Menos gracia me hacía cuando hacían mofa de mí.
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En las votaciones mano alzada ellos levantaban la mano derecha imitando el saludo fascista. Si alguno votaba con el puño cerrado, decían:
– ¡Toma nota de esos!
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Me saludaban siempre que me veían y con sonrisas me decían cosas chocantes:
– Cómo manejas el cotarro. Los rojos estáis bien enseñados.
– Solo sabes decir: votemos.
– Un día tenemos que tomarnos unas cañas (mientras con las manos daban puñetazos al aire).
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Todo ello entre risas y con “buen” humor.
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A mí, todo eso me turbaba mucho. Me daban miedo.
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Un día sí y otro también había asambleas en el aula magna de la facultad de ciencias.
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Tenía muchos varios amigos en el PCE. Nunca milité en ese, ni en ningún partido.
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A Vasil lo conocía desde primero era compañero de mesa de anatomía. Nuestros apellidos solo se diferenciaban por una letra.
Vasil, de padre búlgaro y madre española, era, a pesar de ser un crío, un viejo militante del PCE, fiel seguidor de las doctrinas eurocomunistas de Santiago Carrillo.
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En el año 1976, Carrillo era para muchos un héroe y para otros muchos el demonio, pero el demonio de verdad, con rabo, cuernos y rojo, muy rojo.
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Vasil, al que acompañaba en las asambleas de ciencias, me aleccionaba sobre los participantes.
– Éste es el Bufandas del MC. Éste otro es Sobrino de la Liga. Mariló la Roja es del PT. El Bizco es del PCE…
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Éramos una fauna de melenudos con jersey pequeños o de cuello alto y pantalones de campana. Y, sobre todo, bufandas, muy largas.
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Es una pena, pero no tengo fotos de esa época. Nunca tuve una cámara y el que la tenía era un profesional.
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Tal vez, por ello, me encanta hacer fotos ahora y tengo una réflex estupenda. Será para suplir las carencias de mi juventud.
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Casi todos los días después de esas asambleas multitudinarias salíamos de manifestación.
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En las cárceles franquistas hubo millares de presos políticos, hasta la ley del gobierno Suárez, aprobada en Diciembre de 1977.
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Estas manifestaciones reivindicaban la amnistía. Salíamos a la Plaza San Francisco y caminábamos por la Gran Vía.
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A la altura del cruce con la Avenida Goya, junto al cine Gran Vía (ahora es un Burger King) nos esperaban los grises.
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Los estudiantes, nada más ver que se preparaban para cargar, salíamos corriendo hacia San Juan de la Cruz. Muchas veces ya no nos seguían hasta ahí y era perfecto para tomarse unas cañas en los abundantes locales de la zona. Los amigos solíamos quedar el Los Picapiedra.
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Era una mezcla de activismo político y ocio.
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Tenía su punto de riesgo. Era frecuente llevarse un gomazo. Lo peor era ser detenido o sufrir una paliza por un grupo de energúmenos con porra.
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Éramos chiquillos sin mala fe que solo reivincábamos una cuestión totalmente justa y que solo podía contribuir al beneficio y la paz social.
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Por ello me resultaba asombroso que un régimen moribundo respondiera con esa violencia, expresada en unos bestias que debían de disfrutar dando hostias.
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En alguna ocasión en lugar de correr como la mayoría cruzaba la Avenida Goya y me quedaba en el centro del bulevar contemplando los movimientos de los grises y de los estudiantes.
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Éramos muy pocos los que lo hacíamos. Los antidisturbios nos lanzaban un par de botes de humo que nosotros pateábamos para alejarlos dirección al puente del Río Huerva.
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Afortunadamente los policías se dirigían dirección Gran Vía, a darles a los que corrían en masa.
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Era un espectáculo curioso, pero estremecedor. En una ocasión me encuentro con mis tres compañeros de clase, que estaban como yo viendo el panorama.
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Se acercan sonrientes, como siempre, y me hacen algún comentario jocoso:
– Evitas las carreras, Ramón.
– Desde aquí son las mejores vistas.
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Antes de salir pitando, siempre se corría (nunca mejor dicho) entre los estudiantes alguna consigna para volverse a concentrar después de la desbandada general.
– ¡Al Puente de los Gitanos!
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– A la plaza San Francisco.
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– A la plaza Paraíso
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Mis “amigos” de la brigada político social me preguntan donde se concentrarán. Se había dicho que a esta última localización. Pero les digo que en Fernando el Católico.
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Entonces pasa un coche y para delante nosotros. Uno de ellos les dice:
– A Fernando el Católico.
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Estoy un rato ahí con ellos y ya vuelven los grises para meterse en las tocineras y veo que van paseo arriba…
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Les había engañado.
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Al día siguiente. Estaban en la puerta de clase a primera hora. Les doy los buenos días, pero me paran y me dicen que me siente con ellos.
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Yo siempre he preferido las primeras filas. Se aprende más.
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Me siendo en la segunda fila a un lado mis amigos habituales y al otro los de la brigada.
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Éstos no toman apuntes, ni atienden. Solo me incordian.
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Termina la clase y se levantan, pero antes de salir dicen en voz alta:
– Gracias por lo de ayer. Les dimos bien.
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No entendía bien lo sucedido.
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Era una ironía por su parte, lo cual me convertía en su objetivo.
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O era una agradecimiento verdadero, lo cual me convertía en un colaborador con la policía.
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Nunca supe cual fue su intención.
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El resto de los compañeros de clase o no se enteraron o no le dieron importancia.
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Desde entonces siempre me saludaban amablemente. Incluso una vez me los encontré en un bareto de Dr. Cerrada y me invitaron a una Coca-Cola.
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A mitad de tercero desaparecieron y nunca más volví a saber de ellos.
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Nunca supe sus nombres.
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Siempre me quedé con la duda si eran polis o solo fachas.
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Muchos besos y muchas gracias.
Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
Canal de YouTube: HolaSoyRamónVídeos
En Vimeo: vimeo.com/holasoyramon
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