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Cuando tenía siete años me prepararon para hacer la primera comunión.
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Durante varias semanas nos quedábamos, los afectados, después de clase.
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En la capilla, guiados, con mano firme, por Sor Rosario, ensayábamos la ceremonia. La entrada, la colocación en los bancos y nuestros desplazamientos los repetíamos varias veces cada día.
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Oíamos instrucciones muy severas como:
– La espalda recta.
– La cabeza ligeramente inclinada.
– No quiero ver una sonrisa. Esto es muy serio.
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Una instrucción más cercana a lo militar que a lo religioso.
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Al final teníamos que realizar un rito de renuncia al diablo. Recitábamos en voz alta, casi a gritos:
Renuncio a Satanás
A sus pompas y sus bombas
Me quedo a Jesucristo
Y a su Iglesia
Para siempre.
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También practicábamos la confesión.
Sentados en los bancos de la capilla teníamos que decir pecados que habíamos de confesar.
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Yo no encontraba nada pecaminoso en mi vida. Era un niño muy bueno, probablemente como todos.
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En consecuencia, tenía que inventar pecados para no ser amonestado por la monja canaria.
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Las faltas que relatábamos eran muy simples: no hice los deberes, contesté a mis padres, desobedecí…
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A esa edad no sabíamos ni lo que era la lujuria, que para el nacionalcatolicismo era, como supe después, una fuente inagotable de pecado.
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Un día un chico mencionó un pecado nuevo:
– Hice la burla a un cura.
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A mí eso me sonó terrible e incomprensible. Esperaba una reacción de furia de Sor Rosario, pero, muy en cambio, se mostró complacida afirmando que era algo más original que las faltas habitualmente citadas.
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Comulgué de marinerito como se puede comprobar en la foto. Años más tarde mis hermanas de monjitas.
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En esto de los trajes de comunión había clases sociales. Los pobres, aunque yo no tenía conciencia de ello, vestíamos trajes sencillos. Conforme se avanzaba en la escala económica y social el vestuario, de ese día, se complicaba. Comulgaban de obispo o de almirante y las niñas de boda.
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Mi traje posiblemente fuera heredado. Después de mí lo usaron al menos dos niños más, un vecinito y mi primo Carlos.
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La ceremonia salió muy bien. Nadie se equivocó y la renuncia a satanás como colofón fue todo un éxito.
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Se oían comentarios como:
– Estas monjas los preparan muy bien.
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Me hicieron fotos en las que debía de poner caritas, que aún conservo.
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Después de la Misa venía el convite.
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Fuimos en un autocar a un restaurante de las afueras de Zaragoza, el propietario era amigo de mi padre. Me sentía importante, como el protagonista del evento. Estuve de pie todo el trayecto cerca del conductor.
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De postre había helado de corte de tres sabores. Del resto del menú no recuerdo nada.
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Al terminar de comer salimos a jugar por el campo de alrededor. Mi madre salió y a gritos me hizo volver:
– No te manches el traje que no es tuyo.
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Sor Rosario había repartido huchas entre las familias de los comulgantes, para el Domund.
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Como Clarita tenía amistad con la tinerfeña Rosario, recibió una hucha que era la cabeza de un negrito.
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Después de los postres mi tía Juanita se pasó por las mesas para recaudar fondos con la cabeza del niño africano.
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El comulgante que volviera con la hucha más llena recibiría como premio “la banda”.
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Al terminar la clase, una vez a la semana, la monja se la colocaba a un niño. Debía lucirla orgulloso hasta su casa.
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Los motivos eran diversos. Ser el más listo en matemáticas o tener el que mejor comportamiento…
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La semana después de la primera comunión me pusieron a mí la banda, por ser el que más pesetillas había conseguido para los niños infieles del mundo dentro de la citada cabecilla.
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Siempre he pensado que hubo tongo.
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A mí lo de la banda me daba vergüenza. La gente me miraba por la calle. Una vecina chismosa me preguntó cuál era mi mérito. Yo le contesté azorado que por lo del negrito.
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Muchos besos y muchas gracias.
Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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Y es curioso, aunque no imposible.
Si tú tenías 7 años, yo tenía 3 y no recuerdo absolutamente nada de tu comunión. Solo te he visto en fotos, muy formal y muy peinado. Qué por cierto, no conservamos ninguna foto familiar de aquel momento.
Como ya he comentado otras veces sí recuerdo a Sor Rosario, muy nazi ella.
Da igual que comulgases o no, siempre has sido un niño, una persona muy buena, y es con lo que me quedo. Mi querido hermano mayor.
Te quiero. Gracias por aportar tanto a mi vida.