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Después de dos o tres años de estudiar en las monjitas de la calle Predicadores, pasé al colegio de los escolapios en la, entonces, calle del General Franco.
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En mi época el plan de estudios era muy diferente.
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Se estudiaba la primaria, cuatro cursos. Después el bachillerato elemental, otros cuatro hasta los 14 años, para continuar con el bachillerato superior (quinto y sexto) en el que ya elegías entre ciencias y letras.
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Los de ciencias con matemáticas, física y química y los de letras, latín y griego.
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Luego venía el COU, que yo estrené, antes se llamaba PREU y fui el primer año que tuvimos que pasar la selectividad.
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No sé porqué siempre fui un curso adelantado. Hice la selectividad con 16 años.
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El padre Rufino nos dio lengua y literatura durante el bachillerato superior. Era un hombre nervioso, pero se esforzaba en que aprendiéramos su asignatura y disfrutaba cuando nos leía.
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Mantenía una cordial relación con él y disfrutaba con sus clases.
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Había en el colegio una abandonada biblioteca que él intentó revitalizar y yo me presté voluntario para su orden y gestión.
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Me tocaba una tarde a la semana prestar libros y recogerlos, hacer fichas y ordenar las estanterías. Disfrutaba leyendo trozos sueltos de libros e intentaba memorizar títulos y autores.
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Cuando era su cumpleaños nos invitaba a los bibliotecarios a su habitación, un cuarto con libros apilados en el suelo, oscuro y triste, a tomar un par de vasitos de vino moscatel. En mi época que los niños bebieran alcohol no estaba mal visto.
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Cuando hacía quinto de bachiller, Coca-Cola organizó un concurso nacional de redacción.
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Se hizo una preselección en el colegio y mi escrito fue elegido.
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El padre Rufino fue el encargado de la preparación. Durante varias semanas después de las clases nos reuníamos seis chicos y leíamos nuestras redacciones. Para el día siguiente Rufino nos daba un título con el que habíamos de rellenar unas cuantas páginas.
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Además nos proponía libros que leer y que los comentáramos. Era un trabajo adicional que no me importaba realizar.
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Nuestro entrenamiento fue recompensado y en el concurso uno de los compañeros obtuvo el primer premio, otro el tercero y yo el sexto y me regalaron una cámara de fotos en un acto oficial.
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La cámara era muy mala y hacía unas fotos horrorosas y su revelado me parecía costosísimo.
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También guardo muy buen recuerdo del padre José María que nos daba matemáticas en quinto y sexto de bachiller.
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Le llamaban el pisa huevos por su manera de andar.
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Hablaba pausado y siempre parecía que sus afirmaciones fueran preguntas con un tono característico.
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Sus clases se dedicaban casi en su integridad a resolver problemas y solo los diez minutos finales nos explicaba conceptos con una claridad inusitada, que a mí me maravillaba.
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Gracias a él aprendí trigonometría, derivadas y logaritmos.
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Otro recuerdo diferente guardo del padre Valencia, un cura mayor que todos conocían como el Tocaculos.
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No desaprovechaba la ocasión para pellizcar “de manera cariñosa” el trasero de sus alumnos de 11 o 12 años.
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Yo fui víctima en una ocasión de sus largas manos. Subiendo a un autobús para ir de excursión estaba distribuyendo los asientos y en ese pasillo estrecho me arreó un pellizco. Mi compañero de viaje se dio cuenta y me comentó: a mí también me ha pellizcado.
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A partir de entonces le vigilé con más atención y observada sus miradas lascivas a las piernas de los niños. Nunca oí que hiciera otras actividades excepto sobar nalgas.
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En sexto de bachiller el padre Roldán nos dio Historia del arte. Se notaba que sabía de lo que hablaba y sus explicaciones eran magistrales. Gracias a él aprendí mucho sobre arte.
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Nos ponía largas sesiones de diapositivas con arquitectura, pintura y escultura. Los genitales de estatuas y óleos los tapaba con una mancha negra, para que no pecáramos.
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En COU tuvimos un profesor de lingüística, el padre Alejandro, también conocido como El Indio.
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La sensación que trasmitía es que se esforzaba en darnos una buena preparación para la selectividad.
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Me gustaban sus clases y se reflejó en mis calificaciones. Si no recuerdo mal me puso un nueve en la nota final.
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Un día nos habló de relaciones prematrimoniales. Algo totalmente novedoso en esos años y llegué a la conclusión que era partidario.
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Aunque parezca irreal la idea que todos teníamos a principio de los setenta era que para tener relaciones sexuales había que casarse primero. No es broma.
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Hablando de relaciones sexuales. En quinto de bachiller pedimos que nos explicaran de ese tema. Una cuestión nunca planteada en los escolapios. Aunque no lo sabíamos se respiraban aires de cambio.
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Después de las clases y de manera voluntaria el padre Millán, nos iba a hablar del tema en cuestión.
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Todos los alumnos nos quedamos.
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El padre Millán nos dio varios años latín y en sexto de bachiller Filosofía. Su manera de que aprendiéramos era exclusivamente memorística.
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Sus “explicaciones” de filosofía consistían en leer el libro rápidamente. Nosotros lo aprendíamos como loritos sin entender nada o casi nada.
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Su lección de relaciones sexuales comenzó de la siguiente manera, que recuerdo perfectamente:
– Aquí no vamos hablar de guarrerías. En el plano sexual se puede pecar de pensamiento, palabra y obra. Empecemos con los pecados por el pensamiento…
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Menos mal que no dijo por omisión.
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En una hora se ventiló todos los pecados contra el séptimo mandamiento.
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Muchos besos y muchas gracias.
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Chistes y críticas en holasoyramon.com
Crítico de Cine de El Heraldo del Henares
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